ARREBATO


Arrebato

España, 1979. 110 min. C

Dirección: IVÁN ZULUETA. Guión: Iván Zulueta. Música: Grupo Negativo. Fotografía: Ángel Luis Fernández. Intérpretes: Eusebio Poncela, Cecilia Roth, Will More, Marta Fernández-Muro, Carmen Giralt, Luis Ciges, Antonio Gasset.


ARREBATO (R.A.E.): Furor, enajenamiento causado por la vehemencia de alguna pasión, y especialmente por la ira. Éxtasis.


Sin descendencia conocida, transgresora y de influencias vanguardistas, de bagaje cultural más visual que literario, Arrebato hace de la reivindicación de la automarginación artística su signo de identidad. Producto único e inequívoco de su época, se estrenó sin apoyo ni repercusión en la Transición. Entonces, ya sin censura y tras el éxito internacional de La Colmena, España privilegiaba filmes de posguerra, enfoque político y cierto academicismo formal. Pero para Iván Zulueta, tal y como refirió el director Jaime Chávarri «el cine no era un instrumento de lucha para la política, sino un instrumento de lucha para la imaginación y para la poesía». Arrebato permaneció en la sombra durante la década de los noventa hasta su reestreno en el año 2002. Actualmente, es la película de culto, por inclasificable, irrepetible y abyecta, más venerada del cine español. Como apunta Ángel F. Santos, el Arrebato de Iván Zulueta es «cine que queda. Es ‘Arrebato’ cine intrincado, insondable en algún punto de su torcido y tumultuoso recorrido. Y es, sobre todo, cine en carne viva, turbador, doloroso y elevado».


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El nacido de familia burguesa Juan Ricardo Miguel Zulueta Vergarajauregui (San Sebastián, 1943-2009), conocido artísticamente como Iván Zulueta (a sus padres le impidieron registrar un nombre ruso), fue cineasta, pintor, fotógrafo de Polaroid, decorador, diseñador de carteles, reconstructor de imágenes y, gracias a Pedro Olea, director del programa televisivo Último Grito (1968-1969). Cultivador de las diabólicas sendas del underground norteamericano, que descubrió durante su estancia en Nueva York, y de abundantes filmaciones en formato doméstico y Súper-8 (algunas de las cuales formarían parte de las películas de Pedro P. en Arrebato), siempre más preocupado en sugerir y crear atmósferas desasosegantes que en narrar o contar historias, el esquinado Iván (que paradójicamente significa «bendecido por Dios», aunque más bien es un juguete roto en sus manos) representa uno de los últimos exponentes de una raza de directores en (desgraciada) vía de extinción. Tal y como refiere Cahiers du Cinema, que su película (ahora) más celebrada, Arrebato, acabara con la cámara de Súper-8 vampirizando a su dueño y que tras filmar esa película no volviera a rodar más, siendo engullido por sus adicciones y el propio celuloide (como José Simargo y Pedro P.), confirma su condición de autor incomprendido y maldito.

Arrebato es el segundo y último largometraje del donostiarra después de rodar la excéntrica y olvidada Un, Dos, Tres… al Escondite Inglés diez años antes. El guion germinal, escrito por él mismo, se basaba en la experiencia de un cineasta que se autofilma mientras duerme (como Pedro P.). Arrebato sólo pretendía ser otro cortometraje en 16 mm tipo Leo es Pardo (1976), donde el director juega con texturas, sonidos y formatos y trata el tema de la dualidad y el desdoblamiento de personalidad, tan recurrente en su obra. Afortunadamente, vistas mayores posibilidades a la ficción, el argumento se enriqueció con nuevas situaciones y personajes y el proyecto se convirtió en largometraje. Cine, heroína y autodestrucción: retrato en bruto del propio mundo de Iván Zulueta. Arrebato es la pieza central de su arte, la crónica anunciada de su muerte. «Es tan evidentemente autobiográfica que no lo es nada», dijo Iván. «Ver ‘Arrebato’ me duele demasiado», admitía sin embargo.


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José Sirgado (el perturbador Eusebio Poncela) es un director de películas de serie B en crisis creativa y personal que vive su rutina consumido por el caballo y los desencuentros amorosos con su mujer fatal y musa, la también yonki Ana Turner (la argentina Cecilia Roth, que se luce parodiando a Betty Boop en un número musical en el que suena la canción I Want You, I Need You, I Love You, compuesta para Elvis Presley). Todo empieza cuando un día recibe de un extraño personaje un misterioso paquete con una bobina de cinta de Súper-8 que refleja su peculiar modus vivendi y un casete que contiene el siguiente mensaje: «Si ocurre lo que imagino, nadie te mandará la última película, tendrás que venir tú a por ella». Él es el adulto-infante Pedro P. (el actor fetiche Will More, álter ego de Iván Zulueta), un freak místico, obstinado narcisista y medio anoréxico con síndrome de Peter Pan (el nombre de Pedro P. es un guiño), inquietante secuaz de filmar en aquel formato y obsesionado en descubrir la verdadera esencia del cine, que según él pronto le devorará. Abducidos por sus adicciones individuales con la figura de Pedro P. como detonante, los tres protagonistas tejerán un microcosmos irritante y de angustia, viéndose arrastrados por un maremagno de premoniciones y abismos hacia un punto límite, probablemente sin retorno.

La dimensión en la que orbita Arrebato se haya rayano lo fantástico o sobrenatural. Nada en ella está del todo claro. La puesta en escena extrañada tan pronto parece reflejar las sensaciones y sueños de los personajes como los acontecimientos reales que están viviendo. Así, el ambiguo y brillante desenlace, que muestra un tomavistas de Súper-8 que cobra vida y la imagen proyectada sobre la pared de un malicioso Pedro ya desaparecido, puede interpretarse como la «vampirización» (por medio del celuloide) de José Simargo –quien ha ocupado (en la cama) el lugar de su amigo y se ha vendado los ojos como si fuera a ser acribillado–, o simplemente como el delirio previo a su muerte por sobredosis. Es Arrebatotan arrogante y terminal como hipnótica y subyugante, un instante oscuro de pesimismo, de inspiración. Una apología del trascender, acaso del suicidio, donde quienes muerden, intoxican y fagocitan no son ya los colmillos de Drácula sino la cámara de Súper-8 y la heroína inyectada. La pasión y el ansia, la enfermedad y la locura. El cine como fascinación, las drogas como medio y la necesidad de conquistar el éxtasis, el arrebato artístico, en el inframundo.


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«En la pared hay un agujero blanco, el espejo. Es una trampa. Sé que voy a dejarme atrapar. Ya está. 
La cosa gris acaba de aparecer en el espejo. Me acerco y la miro; ya no puedo irme»

Jean-Paul Sartre. La Náusea


La complacencia intelectual de Arrebato radica en intentar encontrar las claves y misterios de su universo, que en realidad es el mundo interior de su autor (el universo Zulueta), con sus fobias y sus pasiones, sus paranoias y obsesiones. El filme, asimismo de reminiscencias freudianas, habla de la ruptura de los límites con la realidad y del Cine como un lugar en el que habitar ajeno a lo que nos rodea, del inexorable paso del tiempo y de la pérdida de los sueños de infanciaArrebato es un juego prohibido y subrepticio de degeneración/desintegración personal entregado a esas pulsiones incontroladas de adicción (droga y cine) que tienen los personajes y el propio director. Arrebato es un relato alucinado sin moraleja que reflexiona sobre el poder seductor de la imagen cinematográfica y el «yo» desligado de la carne. Arrebato respira Iván y, mezcla de géneros y tendencias, conecta con las fantasías esquizoides y los mundos paralelos de Maya Deren y David Lynch y con algunos de los postulados de la Nueva Carne introducidos por Cronenberg en la seminal Videodrome (1983). Ya lo decía Godard: «La imagen no pertenece a quien la hace sino a quien la utiliza».

Fría y austera en sus formas, de atmósfera viciada y claustrofóbica, sus imágenes se ven contaminadas por el realismo sucio y la cultura pop art, algo que unido a una narrativa atípica y otros subterfugios del cine (sonorización chirriante, alteración del ritmo, animación de recortes, uso de una voz over diegética) puede causar efectos cuasi-narcóticos, incomodidad o rechazo. Pese a ello, y pese a ser técnicamente limitada y necesariamente imperfecta, en parte debido a su bajo presupuesto, hay algo magistral y complejo en Arrebato –y son las originales y sugerentes ideas (el vampirismo como metáfora audaz, por ejemplo) y la sensación de abstracción que provoca– que la convierte en una obra maestra inaudita. Al excelente trabajo del director de fotografía Ángel Luis Fernández (El Sol del Membrillo, entre muchas), se suma el grupo de punk rock Negativo, de la Movida, aunque se limitó a aportar la canción Ansiedad, que se escucha en las escenas de la noche madrileña. En el filme también suena La Muerte de Sigfrido de Wagner, mientras José Sirgado mira desde su coche los carteles que adornan las fachadas de los cines en la Gran Vía. Arrebato, un testamento tal y como ya parecía en su momento, obtiene del Cine lo que pretende: la imagen viva, la catarsis final, el arrebato definitivo. Merece la pena recordar la emocionada necrológica que Begoña del Teso le dedicó a Iván Zulueta, titulada precisamente «El vampiro»: «El cine para Iván era adicción o, sencillamente, no era. La cámara fue su amante. Y una de sus drogas. No la única. No la más dulce. Sí la más infiel. No sé, creo que no, si el cine español cambió después de ‘Arrebato’, aunque sí que debió hacerlo, porque allí Iván demostró lo que ningún cineasta de raza negará jamás: el cine devora a sus siervos. En un Madrid moderno e irreal, ‘Arrebato’ anunció que por el cine se mata y se muere».  



«Yo me cago en el cine.
Porque en definitiva, no es a mí a quien le gusta el cine, sino al cine a quien le gusto yo»

José Sirgado/Eusebio Poncela