ECLIPSE, EL
L’eclisse
Italia, Francia, 1962. 126 min. B/N
Director: MICHELANGELO ANTONIONI. Guión: Tonino Guerra, Michelangelo Antonioni, Elio Bartolini. Música: Giovanni Fusco. Fotografía: Gianni di Venanzo. Intérpretes: Alain Delon, Monica Vitti, Francisco Rabal, Louis Seigner, Lilla Brignone, Rossana Rory, Mirella Ricciardi.
«Y tú, ¿qué hiciste ayer por la noche?», pregunta Piero a Vittoria.
«¿Por qué nos hacemos tantas preguntas? Yo creo que no es necesario conocerse para quererse. Además, quizás no necesitemos querernos», replica Vittoria.
Director bisagra entre el Neorrealismo y la nueva experimentación fílmica, Michelangelo Antonioni (1912-2007) no abandona el humanismo de aquel movimiento, si bien lo despoja de virulencia y conciencia moralizante. El de Ferrara, demostrando que la crisis ya no es patrimonio de los pobres de posguerra, basa el vértice de su obra en el reposo existencial de la clase burguesa italiana de los años sesenta como expresión de su vacuidad y aridez intelectual.
El Eclipse (1962) concluye la trilogía sobre la célebre incomunicabilità de Antonioni, encabezada por La Aventura (1960) y seguida por La Noche (1961), y a las que podríamos añadir El Desierto Rojo (1964). La película, hecha de silencios y espacios vacíos, es un nuevo ensayo psicoarquitectónico sobre los desarrollos sociológicos de la modernidad que canta, como si de un cuadro de Edward Hopper se tratara, a la soledad, la melancolía y la futilidad de la vida.
También concebida como un retrato femenino (el de Vittoria), El Eclipse boceta una relación amorosa entre Vittoria (Monica Vitti, novia de Antonioni en la vida real), quien acaba de romper con su novio Riccardo (Francisco Rabal), y el atractivo inversor financiero Piero (Alain Delon), del cual la mujer se encandila pese a conocer de antemano sus defectos. Ella, ambivalente y más compleja, luz a la vez que eclipse, fluctúa entre la felicidad pueril y la angustia vital. «Quisiera no quererte, o quererte mucho mejor», le dice a Piero. Él, en cambio, es un casanova arrogante y hedonista adicto al dinero y al ritmo frenético de la Bolsa.
El apasionado y efímero romance entre los dos jóvenes burgueses insatisfechos, indescifrable en sus propósitos y ofuscado por sus desequilibrios emocionales, sirve a Michelangelo Antonioni para retratar el distanciamiento humano y la imposibilidad de hallar conexiones en un mundo cada vez más superficial y mecanizado.
Rechazado todo artificio narrativo, lo extraordinario de El Eclipse se encuentra en cómo el autor critica la mercantilización de los sentimientos: sin discursos, sólo deparando en el gesto solemne y la mirada abismática, en la geometría del plano y en el tiempo muerto como metáfora «absoluta de la pérdida, del ingreso en el vacío», en palabras de Núria Bou. Como Robert Bresson, mostrando lo invisible a través de lo visible (en Antonioni a través del espacio) y huyendo de la causalidad de las acciones, el italiano convierte la forma en idea.
En ese sentido, especial relevancia adquiere el paisaje, cuya cualidad casi metafísica lo convierte en correlato material del estado esquizofrénico de los protagonistas, a la vez que en testigo mudo del desamor. Así, la estival ciudad de Roma donde se desarrolla la (ausencia de) historia, –al margen de las bulliciosas escenas del interior de la Bolsa–, se retrata con calles desiertas y modernos bloques de hormigón a medio terminar, fríos e impersonales, en los que Vittoria y Piero se buscan y pierden de vista y su pasión está destinada a desaparecer. Perfecto ejemplo de ello es la audaz y perturbadora secuencia final, con una coreografía de cosas que han engullido la figura humana, la cual permanece como una de las más reveladoras y recordadas del cine de Antonioni.
El Eclipse es la quintaesencia del estilo modernista del Michelangelo Antonioni arquitecto, allá donde el espacio y el tiempo se transfiguran en una poética de la desolación. Obra maestra del cine introspectivo y un enigma en sí misma, la película resulta una mirada lúcida, reflexiva y filosófica de las frágiles relaciones humanas que nos unen y separan.
«Todo lo que consigo pensar es que durante el eclipse probablemente se detenga también los sentimientos»
Michelangelo Antonioni