FARAÓN


Pharaoh

Polonia, 1966. 145 min. C

Director: JERZY KAWALEROWICZ. Guión: Jerzy Kawalerowicz, Tadeusz Konwicki (Novela: Boleslaw Prus). Música: Adam Walacinski. Fotografía: Jerzy Woljcik. Intérpretes: Jerzy Zelnik, Wieslawa Mazurkiewicz, Barbara Brylska, Krystyna Mikolajewska, Ewa Krzyzewska, Piotr Pawlowski, Leszek Herdegen, Andrzej Girtler, Stanislaw Milski.


Cuando los elefantes luchan, la hierba es la que sufre

Proverbio africano


Jerzy Kawalerowicz (1922-2007), comunista afiliado al Partido Obrero Unificado de Polonia desde 1954 y figura destacada de la Escuela Polaca de Cine, es uno de los grandes cineastas de su país del siglo XX, si bien un tanto opacado por las figuras de R. Polanski, A. Wajda, A. Munk, W. Has, K. Kieslowski o K. Zanussi. De Kawalerowicz sobresale la poderosa imaginería y la profundidad de las ideas que circulan por sus películas, no obstante, siempre marcadas por la austeridad formal y ajustadas al retrato psicológico de los personajes. El director decía: «Cada película que realizo refleja el estado presente de mi experiencia de la vida, del arte, de los hombres y del amor».

Faraón (1966), uno de los escasos filmes polacos del socialismo que tuvo distribución internacional, es la séptima película de Jerzy Kawalerowicz, quien hacía ya cinco años había encontrado un hueco en el panorama de las cinematografías del Este con Madre Juana de los Ángeles (1961), una obra extraordinaria, de un estilo próximo a Bergman y Bresson, que narraba un caso de aparente posesión diabólica ocurrido en el siglo XVII en Loudun (Francia) –suceso que también sirvió a Ken Russell como inspiración de Los Demonios (1971)–. Dos años antes, Kawalerowicz había realizado otra célebre película, Tren de Noche (1959), un psicodrama frío y sugerente basado en situaciones vacías que homenajeaba a Extraños en un Tren, de A. Hitchcock.


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Faraón es un meritorio esfuerzo para dotar al género histórico de verosimilitud y de una nueva ordenación narrativa y formal, de ningún modo comparable a la visión edulcorada y falaz proyectada por Hollywood. Kawalerowicz, sirviéndose de una traza sobria y reflexiva, renuncia al «cine-espectáculo» para introducirse en las tensiones mentales de sus personajes. Ello no evita que Faraón tenga la condición de superproducción, y es que su largo y dificultoso rodaje, financiado con amplio presupuesto, tuvo lugar en Europa, Asia y África e incluso contó con la participación del ejército ruso, que proporcionó más de 10.000 extras.

La película está basada en la novela «Faraón» (1895), de Boleslaw Prus (Aleksander Glowacki). Faraón da inicio con una introducción maravillosa a modo de metáfora en la que aparecen dos escarabajos disputándose una bola de estiércol (los coleópteros eran animales sagrados en el Antiguo Egipto). La acción se sitúa en el tumultuoso Egipto del II Periodo Intermedio (1800 a.C.-1550 a.C.) en tiempos del joven –e inexistente– Ramsés III (Jerzy Zelnik), quien accederá al trono tras la muerte de su padre. Kawalerowicz relata la denodada lucha entre el poder del faraón, que representa la esperanza de las masas oprimidas, y el creciente control político de los representantes de Dios en la tierra, los sumos sacerdotes, conspiradores y ambiciosos. Por otro lado, dirime el deseo de la sacerdotisa Kama (la bella Barbara Brylska) por Ramsés III, el amor de éste por la judía Sara (Krystyna Mikolajewska) y las relaciones del pueblo egipcio con fenicios, hebreos y asirios. Faraón, empujando la crónica histórica desde una perspectiva social y política e ideológica, es evidente que estableció un paralelismo con la situación de Polonia en el momento de su realización, una época de fuerte confrontación entre la Iglesia católica y las autoridades post-estalinistas por el control de Estado, aún sujeto al mando soviético.


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En conjunto portentosa, la película destaca por su ambientación hiperrealista y su impecable y solemne puesta en escena, de todo punto abstemia. Para reforzar la credibilidad, Kawalerowicz fue asistido por el experto en egiptología Shadi Abdel Salam (director de la excelente Al-Mummia y también colaborador en Cleopatra), quien hizo de consultor histórico y supervisor de decoraciones, vestuario y accesorios. El paisaje, filmado bajo un sol abrasador, está poseído por los colores ocres y amarillentos del polvo del desierto, los cuales contrastan con las tonalidades azules del cielo y el río Nilo. Los exteriores pertenecen a espacios naturales de Egipto (pirámides y templo de Amón en Karnak) y a la ciudad de Bujará (Uzbekistán), rodeada del desierto de Kyzyl Kum, donde se rodaron las escenas bélicas. El laberinto y los claustrofóbicos interiores del palacio del faraón fueron recreados en los estudios Łódź de Polonia. Además del espacio, las interpretaciones hieráticas y contenidas, el particular tratamiento del sonido, los cánticos tribales y la especial cadencia del tiempo narrativo ayudan al espectador a viajar a un Egipto exótico y esplendoroso, a la vez que reconocible, de hace casi cuatro mil años.

Pharaoh, de Jerzy Kawalerowicz, es un puro y elevado ejercicio de cine: riguroso, cerebral y de efecto narcótico-estimulante. Una historia de poder, venganza y traiciones. Probablemente, la mejor película de cine histórico realizada, tanto por su brillantez visual como por su densidad intelectual. Asimismo, la más fiel aproximación al Antiguo Egipto y, paradójicamente, una de las pocas ficciones que no se ajustan a unos personajes y hechos históricos reales. Porque, como dice Rafael de España: «Lo que hace un buen filme histórico [y ‘Faraón’ es extraordinario] no es seguir los acontecimientos con el manual en la mano, sino reinterpretar su esencia dentro de un concepto moderno».


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 «Príncipe, permítame recordarle esto: la sapiencia en asuntos de Estado es patrimonio de los sacerdotes.
Sólo unos hombres al servicio de los dioses pueden alcanzar esta sapiencia»

Un sacerdote