RIKYU


Rikyu

Japón, 1989. 135 min. C

Director: HIROSHI TESHIGAHARA. Guión: Hiroshi Teshigahara, Genpei Akasegawa (Novela: Yaeko Nogami). Música: Tôru Takemitsu. Fotografía: Fujio Morita. Intérpretes: Rentarô Mikuni, Yoshiko Mita, Tsutomu Yamazaki, Kyôko Kishida, Tanie Kitabayashi, Sayoko Yamaguchi, Ryo Tamura, Shogoro Ichikawa, Kichiemon Nakamura, Yasosuke Bando, Akira Kubo.


«En el siglo XVI, ‘la gloria de la mañana’ era todavía muy rara entre nosotros, Rikyu tenía un jardín sembrado por completo de ella y lo cultivaba con un cuidado exquisito. La nombradía de sus convulvulus llegó hasta los oídos del Taiko, quien sintió el deseo de contemplarlo. Rikyu le invitó a un té matinal en su casa. En el día fijado, el Taiko llegó y se paseó por el jardín; pero allí no había la menor sombra del convulvulus. El suelo había sido apisonado y cubierto de arena y guijarros finísimos. Lleno de sombrío enojo, el déspota entró en la Cámara del té y allí un espectáculo inesperado lo calmó. Sobre el Tokonoma, en un bronce precioso de la época de los Song, vio una sola ‘gloria de la mañana’. ¡La reina de todo el jardín!»

(Okakura Kabuzo)


Realizado en 1989 después de veinte años de inactividad en el largometraje, el penúltimo filme de Teshigahara es un ejemplo de película cuya apreciación mejora si, por una parte, conoces los antecedentes de su director y, por otra, la encajas como la rara avis que es dentro de su corta y genuina filmografía, por lo general de atmósfera hiperreal y propensa a capturar el sentido sesgado de lo absurdo. El exclusivo y polifacético Hiroshi Teshigahara nació en 1927 en la ciudad de Tokio y fue estudiante de Bellas Artes y Música, pintor (iniciado en el estilo japonés conocido como nihonga), escultor (pionero en el uso de bambú para crear obras de arte), diseñador de jardines, salones de té y objetos de cerámica, director de teatro y cineasta destacado de la Nueva Ola japonesa, entre otras dedicaciones. Pero, sobre todo, fue hijo de Sofu Teshigahara, fundador y maestro de la Escuela Sogetsu de ikebana, un arte que resultaría fundamental en su vida y carrera profesional y al cual homenajeó en 1956 rodando un documental titulado, precisamente, Ikebana, en el que repasaba su historia hasta la actualidad.

Hiroshi Teshigahara es más conocido, sin embargo, por ser el director de La Mujer de las Dunas (1964), una alegoría existencial de turbadora belleza con un entomólogo perdido en el desierto cuyo éxito en el Festival de Cannes le otorgó un merecido reconocimiento internacional. No menos atractivo e inquietante sería su siguiente filme, El Rostro Ajeno (1966), que trata sobre los misterios de la identidad y cómo esta se moldea por la relación con los demás. Desde mediados de los setenta en adelante, el incidental cineasta nipón se dedicó mayormente a realizar cortos documentales sobre temas variados, entre ellos uno dedicado al arquitecto catalán Antonio Gaudí. En 1992, tras rodar la secuela de Rikyu, titulada The Princess Goh (Gô-hime), abandonó el medio cinematográfico (extensión de sus exploraciones estéticas en otras disciplinas) para centrar toda su energía en el arte floral y la Escuela Sogetsu, cuyo rol de director ya había heredado de su padre en 1980, hasta su muerte en el año 2001.



Ikebana (lit. «flor viviente») es el nombre utilizado para denominar el arte japonés del arreglo floral, también conocido como kadō («el camino de las flores»), una de las artes japonesas tradicionales junto al kōdō («el camino del incienso») y el chadō («el camino del té»), del que versa principalmente Rikyu. Las tres formas de arte, surgidas cinco siglos atrás, solemnes y altamente ritualizadas, contienen aspectos extraídos del budismo y la filosofía zen y se refieren tanto al proceso de refinamiento interno como al externo ceremonial. Es por ello que Rikyu, necesariamente, es la película más ordenada, tranquila y formalmente convencional de Teshigahara, aunque paradójicamente también es la más personalísima, anómala y desgajada de su filmografía, justamente por no hallarse en ella ni rastro del tono vanguardista que había hecho reconocible hasta ese momento su estilo y obra.

Dicha renuncia, deliberada, perseguía un objetivo claro, que era hacer coincidir Rikyu con la estética y la pureza minimalista de tema que trata: la ceremonia japonesa del té, cuyo propósito no es tanto el acto de preparar y beber la infusión, sino servir de medio para alcanzar la paz interior y una conexión con la naturaleza que favorezca la reflexión y la meditación. De ahí que el Salón del té (chashitsu), un oasis en el triste desierto de la existencia, como decía el historiador y filósofo Okakura Kabuzo en su poético tratado «El Libro del Té» (1906), sea un espacio generalmente pequeño y deba estar lo más vacío posible, como mucho «decorado» con una caligrafía (shodo) y/o un arreglo floral (ikebana) adaptado para la ocasión dentro de un hueco típico (tokonoma); como igual de vacía, de pensamientos banales y mundanos, debe estar la mente de los fatigados invitados durante la ceremonia, donde ningún gesto, palabra o ruido debe alterar la armonía o romper la unidad.



Hiroshi Teshigahara dedicó Rikyu a sus padres: su padre Sofu era un experto en ikebana, al igual que el protagonista del filme, el famoso monje budista Sen no Rikyū (o Sen Rikyū, 1522-1591), mejor conocido por haber codificado y llevado a la perfección el arte de la ceremonia del té y haber tenido, forzado por las complejas circunstancias, una sutil e inesperada influencia política. La película, cuyo guión fue escrito por el mismo director (también productor) en colaboración con Genpei Akasegawa a partir de la novela «Hideyoshi to Rikyū» (1963) de Yaeko Nogami, cuenta la historia de la última parte de la vida de Rikyū (magnífico Rentarô Mikuni), que durante el Período Azuchi-Momoyama (1568-1603) fue Maestro del té y consejero personal de Toyotomi Hideyoshi (Tsutomu Yamazaki), un señor de la guerra de toscos modales y poca empatía convertido en gobernante de facto de Japón, país que había conseguido unificar pero que estaba devastado tras más de un siglo de guerra civil.

El asunto que desencadena el drama son las desmedidas ansias de poder de Toyotomi Hideyoshi, que pasan por invadir Corea y China y crear un gran imperio japonés en el Pacífico. Este militarismo expansionista choca con la naturaleza reflexiva y pacífica de su mentor. El discreto Rikyū, un hombre sabio que siempre había procurado vivir su vida sin interferir en la política y las decisiones de Estado, dedicado solo a cultivar su noble arte, deberá hacer frente ahora a su conciencia y responsabilidad moral y encontrar el coraje para enfrentarse y hacer cambiar de opinión al despiadado daimyō, aunque ello le pueda acarrear consecuencias fatales. En ese marco, Rikyu ilustra la eterna dialéctica entre el arte y la política y el inevitable conflicto entre el impulso de crear y el deseo de destruir, el cual Sen no Rikyū trata de aplacar una y otra vez a través de los rituales calmantes del chadō, ayudando a su impetuoso señor a concentrarse en una sola flor o a permanecer en una habitación simple donde la forma de una taza es de suma importancia.



La colisión entre dos formas de pensar y entender la vida, asimismo, se refleja en el diseño de vestuario y la construcción del decorado y los sets: la nueva estética extranjera (colorida, ostentosa, estridente), relacionada con el despótico gobernante Toyotomi Hideyoshi, frente a la estética japonesa tradicional wabi-sabi, representada por el monje budista Sen no Rikyū y descriptiva de las espléndidas ceremonias del té de estilo wabi-cha que este oficia, que si bien no se explican tanto como se muestran su simple observancia resulta suficiente para comprender su carácter. En las antípodas de lo excesivo y meramente superfluo, la estética wabi-sabi opta por la simplicidad y trata de encontrar el equilibrio y la belleza en la fugacidad, impermanencia e imperfección de las cosas. Es ahí donde se origina el conflicto interno de Rikyū, en tratar de conciliar el dominio de su oficio y el caos político que le rodea. La película, en relación con eso, también reflexiona sobre la idoneidad para usar y aplicar los cuatro principios del Camino del té (armonía/wa, respeto/kei, pureza/sei y tranquilidad/jaku) en nuestra vida diaria, lo que, por otra parte, nos llevaría a aceptarnos tal y como somos y nos volvería verdaderamente hermosos.

Todo en Rikyu se contagia de la elegancia sencilla y quietud zen de las artes japonesas clásicas que invoca, que van desde el ikebana y el chadō hasta la arquitectura tradicional, la jardinería (rōji es como se llama el jardín creado para la ceremonia del té) y la cerámica (a través de los chawan o tazas para el té). Dentro de su personal concepción de la belleza, Teshigahara igualmente muestra diferentes creaciones del maestro Hasegawa Tôhaku, pintor oficial de Hideyoshi y amigo personal de Rikyū, del que realizó un retrato. Rikyu es un conjunto artístico donde la fotografía plácida de Fujio Morita, la música sugerente de Tôru Takemitsu, el discurrir tranquilo y los hermosos planos llenos de amor y devoción se alían y contribuyen a transmitir un singular goce estético sobre la esencia de la ceremonia del té, a la vez que permiten una reflexión serena sobre un hombre excepcional. Y es que ésta es una película que cualquier persona que aprecie el té y el arte japonés y su estética debería ver.



 «El arte del Camino del Té consiste simplemente en hervir el agua, preparar el té y beberlo.
Así de sencillo y a la vez así de complejo»

(Sen no Rikyū)