ESPEJO, EL


Zerkalo

URSS, 1975. 107 min. C

Director: ANDREI TARKOVSKY. Guión: Andrei Tarkovsky, Alesandr Misharin. Música: Edward Artemyev. Fotografía: Georgi Rerberg. Intérpretes: Margarita Terekhova, Philip Yankovsky, Ignat Daniltsev, Oleg Yankovskiy, Nikolai Grinko, Alla Demidova, Innokenti Smoktunovsky, Anatoly Solonitsyn.


«Muchas gracias por ‘El Espejo’. Así, exactamente así, fue mi niñez… Pero, ¿cómo se ha enterado usted? Un viento idéntico hubo entonces, y una tormenta similar… ‘Galka, echa al gato’ –me grita la abuela… Oscuridad en la habitación… Y también se apagó la lámpara de petróleo, y el alma estaba invadida por la espera de la madre… ¡Qué bien se muestra en su película el despertar de la conciencia del niño! Dios mío, ¡qué verdadero es todo eso!… Realmente no conocemos el rostro de nuestra madre. ¡Y qué sencillo, qué natural! Sabe, cuando en aquella sala oscura miré aquel pedazo de pantalla iluminado por su talento, por primera vez en la vida sentí que no estaba sola»

Carta de una espectadora de Gorki enviada a Tarkovsky tras haber visto El Espejo


Andrei Tarkovsky, también estudiante de música, pintura, escultura y lengua árabe en su juventud, es junto a Serguéi M. Eisenstein el director de cine ruso más importante en tiempos de la URSS. Su visión del séptimo arte y su ralentización bella, reflexiva y filosófica del mismo no admite comparación en la historia del cine. Profundamente humanista, Tarkovsky quería llegar a lo más hondo del espectador, adentrarse en lo más íntimo del individuo en la búsqueda de sí mismo. El Espejo es el paradigma perfecto de ese propósito. Gracias a la espectadora de Gorki y a su bonita explicación en su carta, la obra de Tarkovsky, al que querían convencer de que nadie necesitaba sus filmes, cobraba sentido y le aseguraba en la convicción de que aquél camino que seguía era el verdadero. El Espejo visto como una revelación, como un reflejo al que el público se enfrenta.

Interesado en ir más allá del lenguaje del cine, Tarkovsky desarrolló su conocida teoría «Esculpir en el tiempo», a partir de la cual el cineasta debe esculpir un bloque de tiempo para dejar al descubierto la imagen cinematográfica: «En ‘El Espejo’ se forjaba el mismo tiempo que determina también cada una de las tomas. En esta película hay unos doscientos planos, lo que es muy poco si se tiene en cuenta que una película con esa duración suele tener en torno a los quinientos. Su escaso número determinaba en nuestra película la duración de cada uno de ellos. Pero el corte de los planos en el montaje y su estructura no crea -como se suele pensar- el ritmo de una película. El ritmo de una película surge más bien en analogía con el tiempo que trascurre dentro del plano. Expresado brevemente, el ritmo cinematográfico está determinado no por la duración de los planos, sino por la tensión del tiempo que transcurre en ellos. Si el montaje de los cortes no consigue fijar el ritmo, entonces el montaje no es más que un medio estilístico. Es más, en la película el tiempo transcurre no gracias, sino a pesar de los cortes. Este es el transcurso del tiempo fijado ya en el plano. Y precisamente eso es lo que el director tiene que recoger en las partes que tiene ante sí en la mesa de montaje».


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El Espejo es la película más autobiográfica y poética de la carrera de Tarkovsky, además de ser la más personal e importante para él, precisamente por ser un homenaje sincero a su familia y hogar en el que el director no pretende mostrar nada, sino más bien provocar sensaciones y hacer que evoquemos nuestra propia vida, que es la de él mismo y la de toda su generación, haciendo la obra profunda y universal. La cinta es como un collage de imágenes en movimiento en el que no hay una linealidad narrativa, sino simplemente retazos de acontecimientos que van componiendo el mundo íntimo del cineasta. Alekséi, alter ego de Tarkovsky, fuera del encuadre pero tangible a través de su voz en off, es un hombre enfermo que, como su padre, se ha tenido que separar de su esposa, Natalia, con la que tiene un hijo: Ignat. La configuración especular del argumento se ve favorecida por la interpretación por una misma actriz, Margarita Terekhova, tanto de la madre de Alekséi (María o Masha) como de la de Ignat (Natalia), y por un mismo actor, Ignat Daniltsev, de los respectivos hijos pequeños.

Cercana a la lógica de los sueños y cargada de simbolismo y mística, El Espejo es un ejercicio catártico construido a través de la memoria y la imagen y donde el pasado dialoga con el presente y los límites se difuminan. Dice Tarkovsky: «Pero ¿qué significa ‘pasado’, cuando para toda persona lo pasado encierra la realidad imperecedera de lo presente, de todo momento que pasa? En cierto sentido, lo pasado es mucho más real, o por lo menos más estable y duradero que lo presente. Lo presente se nos escapa y desaparece, como el agua entre las manos. Su peso material no lo adquiere sino el recuerdo». La película compendia situaciones hirientemente nostálgicas en torno a la infancia, al matrimonio y la presencia de la madre (vista como «creadora»), las cuales se basan más en las emociones que le causaron a Tarkovsky que en una crónica objetiva de hechos: «Yo no quería hablar de mí mismo, sino de los sentimientos que tengo frente a mis seres queridos, de mis relaciones con ellos. Pero también de mi fracaso hacia ellos y el sentimiento de culpa que por ellos siento». 


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Provisto de una sensibilidad artística y espiritual inalcanzable para el resto de cineastas, Tarkovsky maneja la cámara como si fuera un pincel sobre un lienzo, siempre en movimiento, aunque sea muy leve, e intentando englobar los lugares en que se mueven los personajes y los fenómenos naturales: viento, lluvia, corrientes de agua, fuego, niebla. El director utiliza el color para las escenas del presente, el sepia para los acontecimientos del pasado y el blanco y negro para los pensamientos oníricos, incluyendo, además, imágenes de la Guerra Civil española, la II Guerra Mundial y el enfrentamiento entre la URSS y China por la isla de Damanski, lo que concede perspectiva histórica y enmarca los eventos dentro de un determinado contexto sociopolítico. En la película suenan poemas escritos y recitados por el eminente poeta ucraniano Arseni Tarkovsky, padre de Andrei, y fragmentos de música clásica de Bach, Pergolesi y Pucell que se combinan con las cadencias electrónicas de Edward Artemyev, todo lo cual acrecenta la aureola artística del filme, que asimismo incluye referencias pictóricas a Leonardo da Vinci y Pieter Brueghel el Viejo.

Si el de Andrey Tarkovsky podemos describirlo como un cine de texturas, de aura y de sentidos, El Espejo es su más perfecta y evidente plasmación. Más que un filme, el cuarto realizado por el director de Sacrificio es una confesión materna que debía responder a las preguntas del hijo. Un poema visual de arrebatadora belleza gracias al cual podemos ver el alma humana e intentar comprender el gran misterio de la vida.


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«Para que una obra espiritual relevante pueda tener sin demora una incidencia amplia y profunda, ha de existir una secreta afinidad, cierta armonía incluso, entre el destino personal de su autor y el destino universal de su generación»

Muerte en Venecia. Thomas Mann