HOMBRE DE MIMBRE, EL


The Wicker Man

Gran Bretaña, 1973. 85 min. C

Director: ROBIN HARDY. Guión: Anthony Shaffer. Música: Paul Giovanni. Fotografía: Harry Waxman. Intérpretes: Edward Woodward, Christopher Lee, Britt Ekland, Diane Cilento, Ingrid Pitt, Lesley Mackie, Walter Carr, Lindsay Kemp, Aubrey Morris.


«¡Carne para tocar… carne para quemar! ¡No tengas al hombre de paja esperando!»


Esta joya del cine de terror moderno está dirigida por el británico Robin Hardy y protagonizada por el gran Christopher Lee en un papel que él mismo aseguró que era el mejor de su carrera, tan alejado del acostumbrado y más encosertado de la Hammer. El rodaje se llevó a cabo en espacios naturales de Escocia: en distintos pueblos (Gatehouse of Fleet, Newton Stewart, Kirkcudbright, Plockton y Creetown), en el Castillo de Culzean situado en el condado de Ayrshire y, especialmente, en la exuberante isla de Skye perteneciente a las Hébridas Interiores. El título de la cinta remite, de forma literal, a una colosal jaula antropomórfica confeccionada con mimbre que al parecer utilizaban los antiguos druidas (sacerdotes del paganismo celta) para realizar sacrificios humanos. Para filmar el fatídico desenlace, Hardy hizo construir tres estatuas de mimbre que tenían una altura de 50 a 60 pies, de las que finalmente solo se quemaron dos.



Basada libremente en la novela «Ritual» (1967) de David Pinner y adaptada por el prestigioso guionista y dramaturgo Anthony Shaffer (La Huella, Frenesí), El Hombre de Mimbre narra la historia de un mustio y muy católico policía de Scotland Yard, Howie (Edward Woodward), que se traslada a Summerisle, una remota isla privada de la costa occidental escocesa sede de una especie de culto neo-pagano de la fertilidad dirigido por el cruel y soberbio Lord Summerisle (Christopher Lee). Su cometido es investigar, a partir de una denuncia anónima, la desaparición y posible asesinato de una niña, quizás víctima de un sacrificio humano. En la isla, cuando Howie muestra su fotografía, nadie parece reconocerla. Poco a poco, el puritanismo del sargento choca con el clima desinhibido del lugar, donde sus pintorescos habitantes exhiben comportamientos íntimos difíciles de comprender para su (nuestra) sociedad.

La película, rica en matices, permite extraer un interesante subtexto de su argumento. Lo que empieza como un caso de rutina se convierte en una confrontación de ideas entre la (impuesta) religión cristiana, representada por el policía forastero, y las costumbres paganas de la comunidad, que inmersa en un entorno bucólico y de aura mística rinde veneración a dioses ancestrales, a la Naturaleza y al sexo libre. El Hombre de Mimbre, que denota una exhaustiva labor de investigación de las tradiciones paganas, viene en mostrar el conflicto universal entre civilizaciones distintas u opuestas cuando entran en contacto, haciéndonos reflexionar sobre cuestiones como la represión moral y el grado de tolerancia que tenemos hacia otras culturas por raras que parezcan. En la versión extendida del filme, encontramos un poderoso alegato recitado por Lord Summerisle contra el cristianismo, extraído del poema «Song of Myself», de Walt Whitman: «Creo que podría cambiar y vivir con los animales. Son tan plácidos e independientes. No se despiertan en la oscuridad a llorar por sus pecados. No me enferman discutiendo su deber ante Dios. No se arrodillan ante ningún otro así como tampoco ante ningún semejante que vivió hace miles de años. Ninguno de ellos es respetable ni infeliz, en todo el mundo».



La película de Robin Hardy es una mezcla de terror diurno y thriller de misterio muy original y sugerente y sin antecedentes fílmicos conocidos. También salpicado de humor bizarro y cierto tono carnavalesco, el folclore, lo ignoto, lo simbólico, la ordalía y el escarnio son algunas de las coordenadas entre las que se ubica. A la manera de Roman Polanski, la intriga se cuece a fuego lento, convirtiéndose en desasosiego y puro terror cuando se adivina la inminencia de un macabro sacrificio ritual, el cual respira aroma lovecraftiano. Otro de los grandes aciertos del filme es la atmósfera mágica y brumosa que lo envuelve, a cuya esplendidez contribuyen de manera decisiva los bellos e imponentes paisajes escoceses magníficamente fotografiados por Harry Waxman.

The Wicker Man no solo es una emblemática película de terror moderno filmada en la fructífera década de los setenta, en la que se vivía un creciente feminismo y un resurgir de cultos antiguos, sino que igualmente se puede ver como una suerte de musical de tipo etnográfico en el que la banda sonora del neoyorkino Paul Giovanni adquiere suma importancia y las letras de los sucesivos temas, llenos de motivos populares escoceses, van definiendo la tradición cultural de los habitantes de Summerisle. Las canciones, además de servir como mero acompañamiento musical, en ocasiones están directamente interpretadas por los actores, que en un momento u otro del filme cantan. La película se completa con la presencia de las bellas Diane Cilento, Ingrid Pitt y Britt Ekland, las tres «diosas» de la comunidad, quienes, al final, explican al protagonista el motivo de su elección como sacrificio al Dios Sol: ser casto, ser un tonto y tener «el poder de un rey».



«Tratando de ver a Dios en la tierra de nadie»

Las Playas de Fuego. Bárbara Délano