FRENESÍ


Frenzy

Gran Bretaña, 1972. 116 min. C

Director: ALFRED HITCHCOCK. Guión: Anthony Shaffer (Novela: Arthur La Bern). Música: Ron Goodwin. Fotografía: Gilbert Taylor. Intérpretes: Jon Finch, Barry Foster, Alec McCowen, Anna Massey, Barbara Leigh-Hunt, Billie Whitelaw, Bernard Cribbins, Vivien Merchant, Jean Marsh, Michael Bates, Clive Swift.


«No lleva usted su corbata»

(El inspector Oxford al asesino, al final del filme)


Londres, 1971. A orillas del Támesis un político orgulloso pregona ante un grupo de londinenses que no habrá más crímenes y que las aguas del río volverán a estar limpias de contaminación y de «cuerpos extraños». En ese mismo momento se observa flotando en el río el cadáver de una mujer desnuda con una corbata atada al cuello. La concurrencia (entre la que se encuentra Hitchcock haciendo un cameo) anuncia otro crimen del asesino al que comparan con Jack el Destripador y a quien la inepta Scotland Yard no logra capturar. «No será una de las corbatas de mi club, ¿no?», pregunta desconcertado el político. Irónico y mordaz comienzo, preámbulo de lo macabro. Acto seguido, Hitchcock nos muestra a un hombre anudándose una corbata ante un espejo. El McGuffin está servido y, con él, el último gran filme y más radical del mago del suspense: Frenzy (1972), cuyo germen es el frustrado, por violento y sexualmente explícito, proyecto Kaleidoscope.



La película nº 52 y penúltima de Alfred Hitchcock (seguramente la mejor desde Marnie) se sirvió del excelente guión del dramaturgo inglés Anthony Shaffer (guionista de La Huella y autor de la obra teatral homónima en la que se basa), que a su vez adaptaba una novela escrita por Arthur La Bern, Goodbye Piccadilly, Farewell Leicester Square, publicada en 1966. El filme supone el regreso de Hitchcock al cine británico tras su marcha a Hollywood, en el año 1940, para realizar Rebeca. El director vuelve a rodar en su Londres natal (no lo hacía íntegramente desde Pánico en la Escena) y, en concreto, lo hace en el pintoresco Covent Garden (en el West End londinense) donde su padre había regentado un negocio, un barrio de callejuelas intrincadas y abarrotadas en las que los vendedores de frutas y verduras se mezclan con prostitutas, malhechores de poca monta y otros agentes sociales.

Frenesí  integra y condensa muchas de las obsesiones y constantes temáticas de Hitchcock: I.- El inocente acusado o perseguido (como en 39 Escalones, Falso Culpable, Con la Muerte en los Talones), aquí encarnado por el frustrado y alcohólico exoficial de la RAF Richard Ian Blaney (Jon Finch, que recientemente había interpretado el Macbeth de Polanski). II.- El comportamiento criminal de un asesino (La Soga, Crimen Perfecto, Extraños en un Tren), en este caso representado por el cínico y «encantador» psycho-killer Robert Rusk, un mayorista de hortalizas que estrangula mujeres para «liberarse» de su tara sexual (Hitchcock pensó en Michael Caine para el papel, pero se tuvo que conformar con el también pelirrojo Barry Foster, escogido tras haberle visto en el psicodrama de culto Nervios Rotos). III.- La investigación detectivesca e introspección deductiva (El Proceso Paradine, La Soga, Vértigo), a cargo del inspector jefe Mr. Tim Oxford (Alec McCowen). La película, ambientada de forma excepcional, igualmente retrata la sordidez de lo cotidiano y el horror genuino y la fascinación morbosa de los ingleses frente al asesinato: «La gente se levantaría más temprano para ir a examinar un cuerpo», apunta el forense que hace la autopsia a una de las víctimas.



En Frenesí no importa que pronto conozcamos la identidad del «asesino de la corbata» (de hecho somos los únicos que la sabemos, lo que nos concede cierta licencia de voyeur). Así es como Hitchcock activa y entiende el suspense (separado de la sorpresa). Sí que resulta curioso ver cómo el gordo cineasta, por aquel entonces con 73 años y un gran aficionado al alcohol, emula al gourmet Claude Chabrol a quien a veces llamaban «el Hitchcock francés» ligando con acierto y delicioso humor macabro la gastronomía y el crimen, especialmente en las escenas en las que el matrimonio Oxford conversa y hace suposiciones sobre los crímenes mientras la mujer (interpretada por Vivien Merchant, exesposa del Premio Novel de Literatura Harold Pinter) le sirve al inspector incomibles exquisiteces culinarias, las cuales, a veces, dan la sensación de ser incluso cadáveres (por ejemplo los pollitos asados y los pies de cerdo). Estas escenas, magníficamente intercaladas y de todo punto divertidas, llegan a crear una agradecida subtrama en el filme.

La atípica Frenesí (igual que lo es la bucólica Pero… ¿Quién mató a Harry?, aunque por razones opuestas) es la película más violenta, sucia y transgresora del hasta entonces pulcro y aseado Hitchcock (la censura, más flexible, también lo permitió), quien aquí apuesta por el realismo descarnado y por mostrar en pantalla, sin disimulo, desnudos, sadismo y truculencia (como la lengua fuera y torcida de Barbara Leigh-Hunt o la magnífica y oscura escena del camión con el desquiciado psicópata buscando el alfiler incriminatorio en un saco de patatas). Amarga y desprovista de todo sentimiento humano positivo, Frenesí está cargada de sarcasmo y del mejor humor negro de Hitchcock. El canto del cisne del influyente inglés (si obviamos La Trama, filme menor), de narración visual intensa y estilo decididamente moderno, más acorde con las nuevas cinematografías europeas, sirvió para restaurar su reputación y volver a deleitar al público con una obra arriesgada, pero genial y auténticamente hitchcockiana.



«Estoy seguro que a cualquiera le gusta un buen crimen, siempre que no sea la víctima»

(Alfred Hitchcock)