PASIÓN


En Passion

Suecia, 1969. 100 min. C

Director: INGMAR BERGMAN. Guión: Ingmar Bergman. Fotografía: Sven Nykvist. Intérpretes: Max von Sydow, Liv Ullmann, Bibi Andersson, Erland Josephson, Britta Brunius, Sigge Fürst, Erik Hell, Hjördis Petterson, Malin Ek, Brita Öberg.


 «Sólo puede conocerse una vida: la propia»

August Strindberg


El escultor Andreas Winkelman (Max von Sydow), un hombre atormentado que acaba de separarse de su mujer por incompatibilidad de caracteres, se retira a vivir solo a una pequeña y remota isla del mar Báltico (Fårö), tratando de olvidar su pasado. Andreas, sin apenas contacto con nadie, sólo se relaciona con el ermitaño e inocente –y finalmente gran sacrificado– Johan (Erik Hell). Ello no le impedirá conocer a Anna Fromm (Liv Ullmann), una joven y hermosa viuda cuyo hijo y esposo (que también se llamaba Andreas) fallecieron en un trágico accidente automovilístico. Ambos, unidos por el dolor de la pérdida, el sentimiento de culpa y el desequilibrio emocional, inician una relación sentimental fingida y abocada al fracaso. Andreas, igualmente, conoce a una pareja de intelectuales cuyo matrimonio está en proceso de desintegración: el brillante y cínico arquitecto Elis Vergérus (Erland Josephson) y su insatisfecha mujer, la artista Eva (Bibi Andersson), con quien tendrá un fugaz affaire carnal. Mientras tanto, un maníaco anónimo recorre la isla realizando actos de crueldad animal, levantándose el velo de la sospecha y la ira en la comunidad, ansiosa por capturar al criminal.



Bergman, que recibió una educación luterana y severa, al principio tuvo la religión como refugio o consuelo (Fresas Salvajes, El Manantial de la Doncella). Después le entró la duda, ya que Dios permanecía callado ante su sufrimiento (la Trilogía del Silencio: Como en un Espejo, El Silencio Los Comulgantes). Declarado ateo desde Los Comulgantes (1983) –según confesión propia su película más importante porque con ella resolvería definitivamente su conflicto de fe–, el sueco inició tres años más tarde, con Personauna etapa marcada por las relaciones humanas y el convencimiento de que la ausencia de Dios (entendido como un Dios paternal), si bien no impide a la persona poder vivir, sí que le trae males (un mal que el director define como virulento, horrible, inexplicable, irracional, ajeno a él). A la problemática metafísico-religiosa existencial anterior le sigue ahora una problemática humano-existencial que se desarrollará en escenarios del mundo moderno.

Persona (1966), La Hora del Lobo (1968), La Vergüenza (1968) y Pasión (1969), cuyo nexo de unión son la isla, la pareja, la incomunicación, el hermetismo, el misterio y el haber sido rodadas a finales de los años sesenta, son las cuatro películas con las que Bergman descendió hasta lo más recóndito de su alma y su arte, obsesionado con explorar el rostro y la persona. Pasión, una de las películas más infravaloradas de cuantas realizó, es no obstante una obra personal, sugerente y fundamental en su filmografía. Primero, porque es uno de sus trabajos más autobiográficos y sinceros, además de radicales en cuanto a la forma. Segundo, porque la no-historia, aunque llena de emoción, es la más descarnada y pesimista en torno a la condición humana que rodó. Y tercero, porque todo en ella, elegíaca y extrañamente hermosa, nos lleva, inexorablemente, a un final de trayecto que anuncia una última transformación de la obra de Bergman hacia terrenos menos turbios y sombríos.



«Pasión» (del lat. Passĭo), por antonomasia la de Cristo, alude a un determinado estado afectivo de la conciencia y significa, «acción de padecer» –daño, dolor, enfermedad, pena–; algo que los personajes de Pasión, recluidos en sus respectivas celdillas emocionales, sufren. En Bergman, el ser humano vive angustiado y se encuentra dominado por las pasiones, que al brotar del inconsciente y no poder conciliarlas, le provocan frustración y le arrastran inevitablemente a la violencia, tanto interior (psíquica) como exterior (en el filme, la ejercida por el sádico que hiere gratuitamente a los animales, subtrama que llama la atención y no se resuelve, metáfora o preámbulo de las acciones de los personajes y sus violencias).

Psicodrama áspero, frío y de universo cerrado, hecho de silencios y estallidos de cólera. En Passion explora el alma y la autoestima de cuatro personas inseguras e inestables cuyas soledades se buscan, se atraen, pero finalmente se repelen, constatando su incapacidad para amar y ser amados; soledades que son tanto manifestaciones de la dificultad que hay para vivir en armonía, ya sea solos, junto a otro o en sociedad (Andreas, por ejemplo, fracasa en sus relaciones con Johan, Eva y Anna), como maneras de no afrontar de cara la realidad (el paradigma es Anna, gran defensora de la verdad, pero que persuadida de ser un ejemplo de rectitud y justicia, cuando su mundo no encaja, se refugia en mentiras, engañándose a si misma y a los demás, incluso reconstruyendo idealmente su anterior relación sentimental, cuando existían «actos de violencia física y psíquica provocados por horribles trastornos mentales»).



Pasión constituye un perfecto testimonio de cómo Ingmar Bergman, con el uso de pocos actores y decorados y a la manera del teatro de cámara de August Strindberg y su «lucha de cerebros» como generadora del conflicto, canaliza sus propias obsesiones personales y las lleva al cine. Además ofrece una visión válida y desesperanzada de uno de sus bloques temáticos: la complejidad de las relaciones humanas y, en concreto, las de pareja, cuyas heridas y cicatrices, ante la inacción de los implicados, se irán renovando cíclicamente, como sucede con Andreas y Anna, quienes reproducirán los mismos papeles que tenían asignados en su anterior pareja. «He aceptado humillaciones que hoy están dentro de mí», revela Andreas.

Mostrando cuánto de ilusión hay en su cine y confundiendo identidad y anonimato Bergman vuelve a romper el hechizo de la ficción, como en Persona y La Hora del Lobo, e inserta cuatro paréntesis en los que cada uno de los cuatro actores principales entrevistados por el mismo Bergman durante los descansos del rodaje dan su opinión acerca del personaje que interpretan. El sueco coloca a los actores/personajes como motor del relato, los filma en primeros planos y les concede gran improvisación, dejando que sean ellos quienes desnuden su alma y sus relaciones con el director las que reinventen y enriquezcan al personaje. En ese sentido, Max von Sydow llegó a manifestar que tenía la sensación de estar interpretando al propio Bergman, quien, por otra parte, realizó la película justo después de su ruptura sentimental con Liv Ullmann y, como Andreas Winkelman, se exilió a la isla de Fårö para tratar de hallar su lugar en el mundo. Un lugar que no encontró Andreas, que en un final que simboliza la aniquilación de la identidad humana, desorientado en medio de la carretera tras bajar del coche que conduce Anna, comprende que ya nada podrá reconstruir en un tierra hostil y de desolación.



El tono vanguardista del filme otorgado por la incorporación de entrevistas de estilo documental se refuerza gracias al empleo de otros subterfugios: la voz en off de un narrador (Sven Nykvist), el sueño en blanco y negro de Liv Ullmann (confeccionado con algunas escenas descartadas de La Vergüenza), la cámara subjetiva o el empleo del ruido exterior (mar, viento, motor de coche, ladridos). La «primera película de color real» de Bergman, carente además de acompañamiento musical (excepto cuando Eva pone en el tocadiscos la canción Siempre romántica), contó con la colaboración del habitual Sven Nykvist, cuya fotografía sobria e hiperrealista y de reminiscencias tenebristas capta perfectamente las fases lumínicas de Fårö y el sentimiento de aflicción de los personajes. Especial importancia tuvo el uso del Eastmancolor y las distintas intensidades y texturas del color (rojo, verde, azul, blanco, gris), elemento que adquiere dimensión de escritura psicológica.

Pasión, una rara avis en la obra de Bergman, en gran parte por las dosis de crueldad que contiene y lo arriesgado de su propuesta, no sólo es cine en carne viva y una radiografía escalofriante del alma humana, sino también la suma y cumbre del arte de Bergman hasta ese momento (actores, temática, medio natural cerrado). Asimismo, tiene el honor de incluir el discurso más demoledor acerca de la naturaleza humana y el desmoronamiento personal: el que pronuncia en primer plano, sin parpadear y envuelto en un aura de entrega íntima, el enfermo de «cáncer de alma» Andreas/Max von Sydow en una de las últimas conversaciones con Anna/Liv Ullmann, cuando habla sobre un viaje que debían hacer, sobre un muro que se interpone entre ellos, sobre su pérdida de fe en la humanidad y sobre el sentido del miedo, la humillación y la libertad.



Bergman, que incide en la paradójica idea de presentar el artificio como verdad, utiliza Pasión como arma arrojadiza o, como decía Luis Buñuel, como un instrumento de poesía directo al subconsciente del espectador, a lo más recóndito de su anestesiada consciencia. Porque Pasión también habla de la necesidad de lo real y el anhelo de conexión, algo que desgarra a los personajes, que necesitan pruebas para cambiar la mentira por la verdad y la carne por el pensamiento, pero que no pueden escapar de si mismos.


 «Quiero describir la actividad universal del mal, constituida por los métodos más minúsculos y secretos de propagación, como algo que tiene vida independiente, como un germen o lo que sea, en una vasta cadena de causa y efecto»

Ingmar Bergman