PERSONA
Persona
Suecia, 1966. 81 min. B/N
Director: INGMAR BERGMAN. Guión: Ingmar Bergman. Música: Lars Johan Werle. Fotografía: Sven Nykvist. Intérpretes: Bibi Andersson, Liv Ullmann, Margaretha Krook, Gunnar Björnstrand, Jörgen Lindström.
«Probablemente no sea un mero accidente histórico que el significado de la palabra ‘persona’ sea ‘máscara’. Es más bien un reconocimiento del hecho de que, más o menos, conscientemente, siempre y por doquier, cada uno de nosotros desempeña un rol. Es en estos roles donde nos conocemos mutuamente, a nosotros mismos. En cierto sentido, y en la medida en que esta máscara representa el concepto que nos hemos formado de nosotros mismos –el rol de acuerdo con el cual nos esforzamos por vivir–, esta máscara es nuestro ‘sí mismo’ más verdadero, el yo que quisiéramos ser»
Erving Goffman
Carl Jung (1875-1961), figura clave del psicoanálisis, creía que la personalidad no es única e indivisible, sino que está compuesta por un conjunto de sub-personalidades: el «yo» (parte de conocimiento consciente), la «sombra» (el lado oscuro o parte de conocimiento reprimido) y la «persona» (máscara social). La «persona» le sirve al «yo» para relacionarse con el mundo exterior. Jung tomó prestado el término «persona» del teatro griego, donde era la «máscara» (que proviene de la palabra káara -cara/rostro-) del actor, que al colocársela desempeñaba un papel determinado dentro del drama.
Escrita, dirigida y producida por Bergman, Persona cuenta la historia de Elisabeth Vogler (Liv Ullmann), una actriz de teatro enferma que decide, sin motivo y mientras representa la obra Electra, sumirse en el más absoluto mutismo, para así dejar de parecer/representar ante los demás: quiere dejar de ponerse «máscaras». La acompaña la enfermera asignada para cuidarla, Alma (Bibi Andersson), la única de las dos que habla y paradigma de la corrección social, pero que se abre tanto que termina por descubrir su «sombra» y retirar su «máscara» muy bien puesta. Mediante el camino que lleva a la destrucción de la máscara en Alma y al reconocimiento de la misma en el caso de Elisabeth (en realidad, su actitud de aislamiento es tan solo una máscara más: la del silencio), ambas mujeres convergen hacia una misma persona. La película es la exploración de dos almas de una misma mujer.
«¿Crees que no lo entiendo? El sueño imposible de ser. No de parecer, sino de ser. Consciente en cada momento. Vigilante. Al mismo tiempo, el abismo entre lo que eres para los otros y para ti misma, el sentimiento de vértigo y el deseo constante de, al menos, estar expuesta, de ser analizada, diseccionada, quizás incluso aniquilada. Cada palabra una mentira, cada gesto una falsedad, cada sonrisa una mueca»
El diagnóstico a Elisabeth Vogler
El relato transcurre en una casa veraniega de la isla de Fårö, cual castillo de los Cárpatos, donde la muda por decisión propia Elisabeth se recluye con su locuaz enfermera Alma para recuperarse. Poco a poco, las dos mujeres se encaminan hacia una (trans)fusión de miradas y personalidades mediante el proceso de simbiosis o de vampirización. Es Alma, en apariencia más estable, aunque cada vez más identificada con su paciente Elisabeth, quien acabará siendo absorbida. Juntas, como cuando Bergman yuxtapone los perfiles de las caras de las dos actrices en una imagen inolvidable, conforman un rostro perfecto imposible.
Sonata para dos Mujeres o Cinematografía, como inicialmente se iba a titular Persona, es cine de inmersión, simbólico y desasosegante cuyas interpretaciones y lecturas filosóficas y existencialistas son inagotables. Con resonancias a Friedrich Nietzsche y Søren Kierkegaard, la película se construye como una variación del juego de poder que propone la pieza teatral La Más Fuerte (1888), del dramaturgo sueco August Strindberg, cuya «lucha de cerebros» empapa parte de la filmografía de Ingmar Bergman. Con dos mentes enfrentadas, la cinta se reduce a un imponente tour de force entre Liv Ullmann y Bibi Andersson, sin duda uno de los mejores duelos femeninos de la historia del cine.
Persona se erige en la película más venerada y de autor de un cineasta pronto alimentado por una profunda inquietud existencial. Un filme de rostros («el rostro humano es el gran sujeto del cine, todo está ahí», decía Bergman), de silencios y de gestos; uno atemporal sobre la luz que se ofusca y la luz que se aclara que acaba abordando temas como la dualidad, la pérdida de identidad, la angustia femenina, la incomunicación y, en menor medida, el lesbianismo, la maternidad y el aborto. Con dejes importados de la Nouvelle Vague y el Free Cinema más minimalistas y otorgando un clima hipnótico y claustrofóbico próximo al cine de terror, Bergman da una cátedra en ochenta minutos con un obra de cámara rodada a proporción 1.33:1. La excepcional y nítida fotografía en blanco y negro corrió a cargo del habitual Sven Nykvist. Persona: una de las películas más magistrales técnicamente y en concepción del maestro sueco, pero también una de las más radicales y complejas. Una lección de cine y psicología.
«Tengo la sensación de que en ‘Persona’ he llegado al límite de mis posibilidades.
Que en plena libertad, he rozado esos secretos sin palabras que sólo la cinematografía es capaz de sacar a la luz»