PIROSMANI


Pirosmani

URSS, 1969. 81 min. C

Dirección: GIORGI SHENGELAIA. Guión: Erlom Akhvlediani, Giorgi Shengelaia. Música: Nodar Gabunia, Vakhtang Kukhianidze. Fotografía: Konstantin Apryatin, Dudar Margievi, Aleqsandre Rekhviashvili. Intérpretes: Avtandil Varazi, Dodo Abashidze, Givi Aleqsandria, Spartak Bagashvili, Teimuraz Beridze, Kote Daushvili.


 «Tengo otras películas que amo mucho, pero la que es más importante para mí es ‘Pirosmani’. Cuando tocas a ‘Pirosmani’, me tocas a mí.
Expresa la vieja Georgia, no la Georgia de hoy»

(Giorgi Shengelaia)


El director moscovita de origen georgiano Giorgi Shengelaia (1937-2020) vio a algunos de sus contemporáneos sucumbir jóvenes bajo el yugo del sistema del cine soviético en tiempos de Iósif Stalin, cuya política cultural, denominada realismo socialista, marcó un rechazo a las vanguardias y a la libertad creativa en pos de un proyecto artístico unívoco de formas decimonónicas y carácter propagandístico. Pero Giorgi Shengelaia, próximo en espíritu a otros autores como Andrei Tarkovsky y Serguéi Paradzhánov (quien, igual que Shengelaia en 1961, dedicaría un documental a Niko Pirosmani), incluso después de la caída del dictador y su muro censor en 1953, y hasta de la llegada de la Perestroika en 1987, siempre se sintió fuera de sincronía con el mundo del arte moderno que él mismo había ayudado a crear.

La cineasta georgiana Russudan Glurjidze (House of Others, 2016), que durante su etapa estudiantil recibió clases de dirección de cine y guión impartidas por el también profesor Giorgi Shengelaia en la Universidad de Cine y Teatro Shota Rustaveli de Tbilisi, una de las universidades más importantes y antiguas del Cáucaso, recuerda con cariño sus enseñanzas. «En su opinión, los sueños siempre prevalecían sobre la rutina», dice Glurjidze. Aunque conservador con respecto a la tradición y la familia, Shengelaia fue un «rebelde e innovador» que alentó a sus alumnos a experimentar con valentía: «Lo primero que nos enseñó fue pensar sin autocensura, límites y dogmas. En nuestro primer año, apagó el sonido y nos dijo que si no entendía nuestras películas sin diálogo, no eran cine».



El mejor y más conocido filme de los catorce que dirigió (desde 1961 a 2005) el ocasionalmente actor Giorgi Shengelaia es, sin lugar a dudas, Pirosmani (1969). La pieza maestra de su arte, ganadora del premio Hugo de Oro en el Festival de Cine de Chicago del año 1974, es una representación serena, poética e idiosincrática de la vida adulta del gran pintor primitivista de Georgia, Niko Pirosmanashvili, más conocido como Niko Pirosmani, el cual sólo se hizo famoso tras su muerte, pese a que antes ya gozaba de cierta popularidad local (en la película encarnado por el bressoniano actor no profesional Avtandil Varazi, casualmente también pintor en la vida real). Nacido en 1862 en el seno de una familia campesina y de origen humilde en el pueblo de Mirzaani, en la región montañosa de Kakheti, y pronto huérfano, Niko fue un hombre solitario cuya desoladora existencia estuvo marcada por la pobreza, la incomprensión, el talento innato para pintar y una triste historia de amor.

Se sabe que Pirosmani se enamoró instantáneamente de la bailarina francesa Margarita al verla actuar en un restaurante con motivo de su visita a Tbilisi (momento que aparece retratado brevemente en la cinta). Niko vendió inmediatamente todas sus pertenencias, incluida su casa, para comprar todas las flores de la ciudad y enviarlas a Margarita como muestra de su amor. La gente decía que Margarita le dio al artista su primer y último beso. Desafortunadamente, varios días después la bailarina abandonó Georgia acompañada de un admirador rico. A partir de entonces, Pirosmani vivió en una pequeña habitación bajo las escaleras de un edificio ruinoso de Tbilisi. Su única fuente de ingresos, que apenas le alcanzaba para comprar pintura, eran sus cuadros que vendía muy baratos (Niko no creía en su obra pictórica) y los trabajos que realizaba como albañil o pintando las paredes de las tabernas, que a cambio le daban comida y bebida. El georgiano al que nadie enseñó a pintar y nunca supo de su grandeza, acabó muriendo en la más absoluta miseria aquejado de alcoholismo y desnutrición en al año 1918. Actualmente su obra es costosa y conocida en todo el mundo.



Pirosmani no es un biopic convencional ni un encadenamiento lineal o cronológico de acontecimientos, sino que está compuesto por retazos vitales del legendario pintor, momentos éstos que se alternan con otros en los que dos expertos en arte admiran sus cuadros y, en cierto sentido, tratan de recomponer las piezas de su biografía. Shengelaia presenta a Pirosmani como el artista inadaptado y torturado por excelencia de antaño, como un monje llamado a crear y condenado a sufrir a manos de una sociedad banal y pragmática que se burla de él y no es capaz de entender su estilo de vida bohemio, su forma de pintar ajena a los cánones y su nulo interés por el negocio del arte. Fiel a sus principios, el pintor decía: «Seguiré haciendo como hasta ahora: arar y sembrar. Nunca he tenido ni tendré amos. Cuando sentía deseos de pintar, pintaba». Además de enseñar muchas de las pinturas del artista, la película se impregna de su esencia y parece encarnarlas, lo que tiene sentido conociendo que en Georgia el arte es un asunto familiar y que Shengelaia, que no era una excepción, pasó su infancia escudriñando los cuadros de Pirosmani que veía cada vez que visitaba con sus padres la casa de sus amigos intelectuales. Más tarde, estudiando en la escuela de cine VGIK de Moscú con el pionero del montaje Dovzhenko, Shengelaia decidió «encontrar un modo de dar forma a estos recuerdos de la infancia».

La cinta de Shengelaia, pues, se construye a partir de una sucesión de cuadros similares a los que pintaba Pirosmani, cuyo estilo, cercano al arte naif e incardinado en el primitivismo, privilegia las formas sencillas, los motivos folclóricos georgianos y el retrato de gente común y animales. Muchos planos son aquí una reproducción fiel y elaborada de la obra de Pirosmani, y los que no lo son mantienen su composición y tratamiento cromático. Esta puesta en escena marcadamente pictórica y teatralizada destaca por la atención al detalle y la disposición muy pensada de personajes y elementos dentro del marco, los cuales permanecen quietos o se mueven, como la cámara, muy lentamente. Por su parte, la excepcional y apagada fotografía en tonos pastel, unida al magnífico uso de las localizaciones interiores y al aire libre y del vestuario y atuendos típicos, ayudan a reflejar de manera muy hermosa y realista la vida rural y el carácter del pueblo georgiano de principios del siglo XX, dejando traslucir el amor que sentía el director por la tierra de sus orígenes y sus tradiciones, además de por su legado artístico.



Pirosmani muestra sensiblemente un modo diferente de entender el arte, la vida y el mundo a través de la figura del enigmático pintor Niko Pirosmanashvili, un modo de entender que en algunos aspectos se asemeja al pensamiento del propio Giorgi Shengelaia. Una película melancólica y de belleza primitiva, realizada con óptica de autor y en las antípodas de la pretenciosidad, que se vanagloria de ser uno de los tesoros mejor guardados del cine soviético de raíz caucásica y, a la vez, uno de los biopics más extraños y fabulosos del cine universal.


«No puedo entender cómo reaccionarían Sócrates o Platón ante las computadoras»

(Giorgi Shengelaia)