PLANETA SALVAJE, EL
La Planéte Sauvage
Francia, Checoslovaquia, 1973. 73 min. C
Dirección: RENÉ LALOUX. Guión: René Laloux, Steve Hayes, Roland Topor (Novela: Stefan Wul). Música: Alain Goraguer. Diseño gráfico: Roland Topor. Intérpretes: Animación.
«Ya no se mueve. Qué pena, ahora ya no podremos seguir jugando con ella»
Niño draag
La Planéte Sauvage, realizada por René Laloux, no solo es un título inscrito con letras de oro dentro de la mejor tradición del cine de animación para adultos, sino también una de las películas de ciencia ficción más brillantes realizadas en Europa. Transcurridos ya casi cincuenta años desde su estreno en 1973, cuando ganó el Premio Especial del Jurado en el Festival de Cannes, es improbable que se ruede otro largometraje animado tan raro y sugestivo como este clásico del underground francés, el cual asombra tanto por su desbordante fantasía y creatividad como por el inmediato propósito que provoca su visionado: no pisar nunca más una hormiga.
René Laloux (1929-2004) es uno de los maestros de la animación europea del siglo XX junto a otros ilustres como Karel Zeman, Jiří Trnka, Wladyslaw Starewicz, Lotte Reiniger, Jan Švankmajer o Yuriy Norshteyn, por citar solo algunos nombres, la mayoría expertos cultivadores de la técnica stop-motion y el arte de las marionetas, especialmente los provenientes de la escuela de animación checoslovaca durante la época comunista. Inmerso desde siempre en el mundo de la pintura y las expresiones artísticas, el francés empezó su andadura cinematográfica con Les Dents du Singe en 1960, un cortometraje realizado con la ayuda de los internos de la clínica psiquiátrica Cour Cheverny de París. El autor, en permanente evolución de estilo y técnica, trabajaría con los ilustradores de cómic más destacados de su generación: Roland Topor (Les Temps Morts, Les Escargots y La Planéte Sauvage), Jean Giraud, alias Moëbius (Les Maîtres du Temps) y Philippe Caza (Comment Wang Fô fut sauvé, La Prisonnière y Gandahar, les Années Lumière, realizada ésta a partir de un guión adaptado de Isaac Asimov).
El mayor mérito y rasgo distintivo de René Laloux es ser matriz conceptual de un subgénero que le pertenece por entero. El de Laloux, además de un raro ejemplo de animación hecha con recortes sueltos y sin uniones, por lo menos en sus trabajos iniciales y en El Planeta Salvaje, es ciencia ficción exótica y de estética surrealista que combina interesantes planteamientos metafísicos con otros de carácter social y político. Principalmente, sus filmes son epopeyas intergalácticas, viajes en el tiempo o paradojas espacio-temporales que exploran supramundos oníricos habitados por formas biológicas extrañas, tan bellas como siniestras. Asimismo, destacan por la crítica pacifista pero mordaz de sus argumentos hacia nuestra propia naturaleza humana, a menudo cruel y megalómana, presentándonos, no obstante, como víctimas.
El Planeta Salvaje, película producida entre Francia y Checoslovaquia y distribuida en Estados Unidos por Roger Corman, se basa en la novela «Oms en Série» (1957) escrita por el novelista francés Stefan Wul. Con ciertos paralelismos con El Planeta de los Simios (1968), de Franklin J. Schaffner, el filme de René Laloux ofrece una mirada política de la sociedad, consecuencia seguramente –máxime teniendo en cuenta el régimen de coproducción– de la invasión soviética de Checoslovaquia a finales de los años sesenta. El Planeta Salvaje es una parábola del comportamiento humano que reflexiona sobre temas como la tiranía, la opresión y las eternas desigualdades que promueve el abuso de poder. De talante contestatario pero de intenciones didácticas, Laloux aboga por la coexistencia pacífica y la tolerancia entre seres y da la solución a la supervivencia: el conocimiento mutuo y compartido de lo ajeno.
La película su ubica en el lejano planeta Ygam, donde viven unas criaturas gigantescas llamadas draags que han sometido a los pequeños oms. Los draags son una raza de seres alienígenas con forma humanoide de piel azul, orejas como aletas de pez y enormes ojos rojos, una civilización ultra-avanzada de ciclópea capacidad mental y mágica espiritualidad. Por su parte, los oms (derivado de «hommes») son los descendientes de los humanos, una molesta pero domesticable plaga migratoria, inferiores en tamaño y reducidos a meras mascotas de entretenimiento o a proscrita criatura salvaje. En este contexto, el joven om llamado Terr (abreviación de «terrible»), adoptado como animalillo por la niña draag Tiva, tras aprehender los secretos de sus amos, logra escapar y convertirse en el líder de una tribu rebelde. El choque entre draags y oms, ambos inteligentes y amenazados entre sí, parece inevitable.
El Planeta Salvaje es un trayecto de autodescubrimiento que se muestra a modo de tebeo gráfico y con el lenguaje de la fábula. El excéntrico Roland Topor (1938-1997), con la inestimable ayuda de un grupo de animadores de la mítica escuela checa capitaneado por Josef Kábrt y Josef Vania, es el encargado de diseñar este ecosistema de seres y enseres irreales cuyo universo tan pronto remite a los cuadros de Salvador Dalí como a los de Giorgio de Chirico. A nivel técnico, el filme fue desarrollado mediante la técnica cut-out, la cual utiliza recortes de los objetos (en este caso ilustraciones) para animarlos en una especie de stop-motion bidimensional. Los dibujos están hechos con trazos sencillos y en tonos pastel. El discurrir es hipnótico y la puesta en escena fría, seca y teatral, optándose muchas veces por unos planos generales que parecen revelar la presencia de una invisible entidad superior que contempla impasible los acontecimientos, acusando aquello de qué-difícil-es-ser-Dios. El complemento idóneo a la imagen y el misterio lo pone la música electrónica-orquestal-ambiental compuesta por Alain Goraguer.
En definitiva, toda una lisergia audiovisual que poco, o nada, tiene que ver con Disney. Y es que La Planéte Sauvage, del gran René Laloux, es un espécimen único e imperdible que se encuentra entre las obras más extrañas y a la vez influyentes del cine de animación europeo, uno con ideas y conceptos tan fascinantes y repletos de recovecos poliédricos y segundas lecturas, de matices políticos, sociales, filosóficos e incluso lingüísticos, que la han elevado a estatus de auténtico culto cinéfilo.