GERTRUD
Gertrud
Dinamarca, 1964. 116 min. B/N
Director: CARL THEODOR DREYER. Guión: Carl Theodor Dreyer (Obra: Hjalmar Söderberg). Música: Jorgen Jersild. Fotografía: Henning Bendtsen. Intérpretes: Nina Pens Rode, Bendt Rothe, Ebbe Rode, Baard Owe, Anna Malberg, Axel Strøbye.
«El amor lo es todo. Coge una anémona y piensa en mí. Tómala como una palabra de amor pensada pero nunca dicha»
Gertrud
Devoto obsesionado por su propio arte y uno de los más grandes y reflexivos cineastas de la historia, Carl Theodor Dreyer (1889-1968), el más insustituible entre todos ellos, ha realizado algunos de los mayores clásicos del cine europeo: La Pasión de Juana de Arco (1928), Vampyr (1932), Dies Irae (1943) o las memorables Ordet-La Palabra (1955) y Gertrud (1964), las cuales suponen la culminación de un proceso de refinamiento y creciente austeridad perseguido durante décadas. La obra de Dreyer, pura expresión de su creación artística y forma de pensar, explora las experiencias íntimas del hombre tratando de adentrarse en sus misterios y conflictos morales, del mismo modo que Ingmar Bergman (muy influenciado por el danés) o Andrei Tarkovsky. Dreyer, sobre todo en sus dos últimas películas, lo hace a través de la palabra y la puesta en escena, que le sirven para penetrar en el pensamiento y los sentimientos de los actores (y no tanto de los personajes) en búsqueda de la verdad; en el danés una verdad artística y más profunda que surge no tanto del realismo como del estilo y el artificio.
Gertrud es Gertrud (Nina Pens Rode), una hermosa y madura mujer aristócrata, hermética y de presencia ausente, que ha renunciado a su carrera de cantante de ópera para estar con su marido, un ambicioso e influyente político sin escrúpulos. Al separarse de él, ingenua, se mantiene fiel a su objetivo vital: hallar el amor «absoluto». Gertrud, más que un personaje, es un paradigma del idealismo romántico, una mujer que rechaza a los tres hombres que la aman (su marido, un poeta y un joven músico) porque no es para ellos el objeto primordial de sus vidas (ellos también buscan fama, éxito y están dedicados al trabajo), porque ninguno es capaz de amarla sin condiciones, como ella hace y exige. Infructuosa su búsqueda prefiere autoimponerse el exilio emocional. El fracaso sin remedio es su condena. Para Gertrud, sin embargo, incluso vieja y sola, el amor continúa siendo el motor de todo: si se ha amado, la vida adquiere sentido: «He sufrido mucho y he cometido muchos errores, pero he amado». La inscripción en su lápida lo dice todo: «Amor omnia» (el amor lo es todo), frase que resume el pensamiento de Dreyer.
Gertrud es el testamento fílmico del por entonces septuagenario Dreyer, quien volvió a dirigir tras diez años de inactividad cinematográfica. La película está basada fielmente en una pieza homónima del dramaturgo sueco Hjalmar Söderberg, a su vez inspirada en una experiencia personal de su autor con una mujer llamada Maria von Platten. Pese a destilar tristeza y fatalismo existencial, Gertrud es el más hermoso monumento al amor erigido en el cine, ocultando en su seno una filosofía del amor puro, verdadero. Dreyer realiza una reflexión sobre la idealidad del amor, la soledad y la verdad y, al mismo tiempo, un retrato maravilloso de una mujer. En Söderberg y Dreyer el amor está más en el cerebro que en el corazón, por eso el amor de Gertrud, una mujer moderna, es inteligente, crítico y, sin atisbo de sentimentalismo, brota de la libertad de pensamiento. Ella utiliza el amor como experiencia de vida, como instrumento de conocimiento y como vía para delimitar lo que es verdad y mentira. Dreyer parece decirnos que si no somos capaces de amar la verdad, tampoco seremos capaces de amar de verdad.
Tal y como apuntaba Carl Th. Dreyer, el alma de la obra de arte, en este caso de Gertrud, se manifiesta a través del estilo que, siendo el catalizador de la inspiración poética del artista, refleja la manera con que éste expresa la materia que trata y logra que los demás veamos el argumento como lo ven sus propios ojos. El filme emana desde el principio una atmósfera densa y onírica que parece trascender el mundo de los sentidos. El director emplea largos planos-secuencia, una puesta en escena pulcra y ceremonial y un guion pausado basado en diálogos de gran belleza verbal, todo lo cual permite al espectador asimilar lo que está viendo y escuchando, en las antípodas de los tiempos actuales, donde manda la prisa y el desconcierto. Los actores, de los que Dreyer se ayuda para transmitir sus ideas, ofrecen interpretaciones contenidas y de gran concentración. La luminosa y exquisita fotografía en blanco y negro es obra de Henning Bendtsen (Ordet-La Palabra) y la tenue música post-romántica de Jorgen Jersild.
Gertrud está rodada en pocos platós y tiene sólo una escena en exteriores. Los interiores están representados por Dreyer de forma pictórica a la manera de Vilhelm Hammershøi, un pintor de gran influencia durante su trayectoria. El cineasta muestra casi siempre dos personas de cuerpos inmóviles (Gertrud y uno de sus amantes) que sin tocarse ni apenas mirarse hablan íntimamente de sus secretos y anhelos, como dejando fluir su conciencia. Mientras, la cámara se desliza con sutileza y precisión, o se queda quieta, siempre en el marco de una composición geométrica y armónica y con un ritmo casi musical. Gertrud es una película que resulta un ejercicio supremo de ascetismo que transfigura la realidad y obtiene una especie de verdad más elevada. Es por eso que exige verse desde la perspectiva del arte sagrado. El prisma estético y ontológico de Dreyer elevan su canto del cisne al Olimpo del séptimo arte.
«El énfasis, que significa poco diciendo mucho es el régimen del despilfarro y de la fatuidad; en cambio, la lítotes o mayor atenuación posible de aquello que se quiere dar a entender, y que significa mucho diciendo poco, es el régimen de la economía y de la mayor densidad espiritual»
Vladimir Jankélévitch