HOMBRE ANFIBIO, EL


Chelovek-Amfibiya

URSS, 1962. 96 min. C

Dirección: VLADIMIR CHEBOTARYOV & GENNADI KAZANSKY. Guión: Akiba Golburt (Novela: Aleksandr Belyaev). Música: Andrei Petrov. Fotografía: Eduard Rozovsky. Intérpretes: Vladimir Korenev, Anastasiya Vertinskaya, Mikhail Kozakov, Anatoliy Smiranin, Yuri Medvedev, Nikolai Simonov, Vladlen Davydov, Nikolay Kuzmin, Georgi Tusuzov.


«Padre, ayer salvé a una muchacha. Ella se estaba ahogando. Había perdido el sentido. Es muy hermosa, aunque es demasiado triste. Quisiera verla riéndose»

Ichthyandr, El hombre anfibio


En un pueblo de costa de Buenos Aires, Argentina, los rumores sobre la existencia de un «diablo marino» aterrorizan a los buceadores de perlas locales, quienes lo acusan de hundir pesqueros y engullir personas. Chelovek-Amfibiya cuenta la historia de un brillante y solitario científico, el Dr. Salvador (Nikolai Simonov), que, para salvar la vida de su hijo adoptivo Ichtyandr (Vladimir Korenev), aquejado de una enfermedad incurable de sus pulmones, le implantó de pequeño unas branquias de tiburón que le permiten respirar bajo el mar. Este constructor de utopías bajo el mar que es Salvador, además de haber convertido a su hijo en el hombre anfibio de traje plateado, ansía crear una sociedad submarina completa habitada por seres mitad hombre, mitad pez, en la que no haya ricos ni pobres y todos vivan libres y felices. Ichtyandr es el primer ciudadano.

El joven y apuesto Ichtyandr vive tranquilamente y aburrido entre la casa-laboratorio de Salvador y las profundidades marinas, evitando a las personas y haciendo amistad con los delfines. La situación cambia cuando salva a una bella muchacha terrestre que está a punto de ahogarse, Guttiere Baltazar (Anastasiya Vertinskaya), y se enamora de ella a primera vista (El hombre anfibio también tiene derecho a enamorarse). Ichtyandr, en contra de la voluntad de su padre, saldrá a buscarla al mundo exterior que hasta ese momento le ha sido ajeno. Ambos inician una relación clandestina, pues la mujer, que trabaja como pescadora y está prometida con el adinerado empresario Pedro Zurita (Mikhail Kozakov), tiene que ocultar a la extraña criatura, a quien los lugareños pretenden dar caza. Sólo al finalizar la película sabremos si los dos elementos, tierra y agua, son compatibles, y si ese amor inocente, aparentemente imposible, tendrá éxito.



El Hombre Anfibio, dirigida por de los desconocidos Vladimir Chebotaryov y Gennadi Kazansky, está basada en la novela homónima de Aleksandr Belyaev, considerado el Julio Verne ruso, publicada en el año 1926. La novela supone una de las cimas de la literatura de ciencia ficción soviética y combina elementos de «La Isla del Doctor Moreau» de H. G. Wells (un científico que realiza experimentos biológicos entre animales) y los libros de contexto submarino de Julio Verne (especialmente «20.000 Leguas de Viaje Submarino»), planteando sus propios debates morales, algunos obviados en la película con el propósito de hacerla más liviana y accesible al público. No en vano, Chelovek-Amfibiya fue el filme más taquillero de la Unión Soviética en 1962, donde se estima que la vieron 62 millones de espectadores.

Si bien contiene el mensaje marxista de la república submarina sin desigualdades sociales y presenta al villano Zurita como un burgués capitalista y explotador, el filme se aleja, en general, de las imposiciones del realismo socialista, cuyo propósito era expandir la conciencia de clase y evitar obras meramente fantásticas. Y es que El Hombre Anfibio, una especie de precedente de la más conocida La Forma del Agua (2017), de Guillermo del Toro, es ante todo un cuento de amor tipo «Romeo y Julieta», entre un hombre pez y una mujer, que navega entre la ciencia ficción, la fantasía y las aventuras marinas. Sin embargo, también plantea cuestionamientos sobre hasta dónde llega la libertad de un científico para transformar a un hombre, y sobre la codicia, la crueldad y, en definitiva, el conflicto entre el bien y el mal (representados por el amor puro entre Ichtyandr y Guttiere y su antagonista el buscador de perlas Zurita).



El apartado en el que más destaca El Hombre Anfibio es el visual, especialmente la maravillosa fotografía del prolífico Eduard Rozovsky, que, de colores pastel, pulcra y nítida, transmite una agradable calidez, sobre todo en las secuencias diurnas y de exteriores. Las localizaciones, el entorno marítimo y los decorados son hermosos, igual que ver el nado y el buceo de los actores. Aunque la acción transcurre en Buenos Aires, las escenas de mar se rodaron en la bahía de Laspi, en la península de Crimea, y las escenas terrestres en Kastropol, también en Crimea, y en Bakú (Azerbaiyán). Las tomas submarinas, realizadas con unos efectos modestos, pero con buen criterio, se llevaron a cabo, en su mayor parte y dada su complejidad, en una pileta, encargándose de ellas el codirector Vladimir Chebotaryov, que ya había rodado en ese medio anteriormente. Por su parte, los decorados fueron ideados por V. Ulitko y T. Vasilkovskaya, entre los cuales sobresale el diseño de la mansión-fortaleza esculpida en roca del Dr. Salvador.

La innovadora y ecléctica banda sonora fue compuesta por Andrei Petrov y fluctúa entre los arreglos orquestrales y de sintetizador y la música jazz. Además, incluye distintas canciones, también de Petrov, como «Pescador», sobre versos de la poetisa Yulia Drunina, y «Marinero», con letra escrita por Solomon Fogelson, y hasta aparece a lo largo del metraje un extraño baile flamenco. En cuanto al elenco actoral, la muy joven y guapa pareja protagonista está sensacional, tanto Anastasia Vertinskaya, quien tenía sólo 17 años de edad en el momento del rodaje y que más tarde encarnaría importantes personajes (Ofelia en Hamlet, de Kozintsev, o Anna Karenina en Anna Karenina, de Zarkhi), como el crimeo Vladimir Korenev, quien contaba con 21 años y participó posteriormente en numerosos seriales televisivos. Salvador fue interpretado por el célebre Nikolai Simonov y Pedro Zurita por Mikhail Kozakov, un actor de larga carrera en el cine y el teatro.



El Hombre Anfibio, pese a su escaso calado intelectual, apariencia naíf e ingenuidad para los estándares del cine actual es una excéntrica rareza digna de verse y un inesperado y divertido entretenimiento de los años sesenta. Aún siendo un producto destinado igualmente a los niños, hay algo en ella cautivador, hipnótico, casi mágico, que te conduce a la abstracción y es suficiente para justificar un redescubrimiento de la riqueza de la ciencia ficción soviética de la época.