PASAJERA, LA
Pasazerca
Polonia, 1961, 1963. 62 min. B/N
Dirección: ANDRZEJ MUNK & WITOLD LESIEWICZ. Guion: Andrzej Munk, Zofia Posmysz-Piasecka. Música: Tadeusz Baird. Fotografía: Krzysztof Winiewicz. Intérpretes: Aleksandra Slaska, Anna Ciepielewska, Janusz Bylczynski, Barbara Horawianka, Anna Jaraczówna, Maria Koscialkowska, Andrzej Krasicki, Jan Kreczmar, Irena Malkiewicz, Leon Pietraszkiewicz.
«Marta me hizo su cómplice muda en asuntos turbios, en el esfuerzo por ocultar a un bebé judío.
Probablemente entonces empezó a excitarme la lucha con Marta por Marta»
Liza/Aleksandra Slaska
Nacido en Cracovia en 1921 y de origen judío, Andrzej Munk se trasladó a Varsovia durante la ocupación nazi, donde usando un nombre falso tomó parte en la insurrección de 1944. Fue uno de los pocos supervivientes. Tras la guerra se licenció en tres carreras: Arquitectura, Economía y Derecho, diplomándose después en la mítica Escuela de Cine de Łódź, primero en Fotografía y luego en Dirección. En 1952 fue expulsado del Partido Obrero Unificado de Polonia por «conducta reprobable».
Munk fue uno de los artistas más influyentes del período post-estalinista polaco. Roman Polanski y Jerzy Skolimowski, entre otros, fueron sus herederos cinematográficos. Escéptico inconformista, punk intelectual y cineasta talentoso, sólo pudo filmar, además de algunos cortometrajes y documentales, cuatro películas, la primera de las cuales fue un hito: Sangre sobre los Rieles (1957), un filme de misterio contado al revés. Pese a su corta –y brillante– carrera, Munk tuvo tiempo de dejar con su obra póstuma, La Pasajera, una de las más relucientes joyas de la época dorada del cine polaco.
La Pasajera, película inconclusa debido al prematuro fallecimiento de Munk (a los 39 años) en un accidente de tráfico sufrido durante el rodaje, fue completada y montada dos años después de su muerte por sus colegas Andrzej Brzozowski, Wictor Woroszylski y, especialmente, Witold Lesiewicz. Lo novedoso fue hacerlo por medio de una sucesión de fotos fijas que, acompañadas de una idónea narración en off, describen los hechos que aparecen y conjetura sobre los que faltan, todo lo cual confiere al conjunto un tono experimental y enigmático seguramente superior al pretendido por Munk. De esa manera, mientras el amplio flashback (el episodio evocado, pasado, en el campo de concentración) se introduce mediante película en movimiento, la parte sin rodar del todo (el viaje en transatlántico, el presente) se cuenta con fotografías.
Si hay una obra con la que La Pasajera entronca es La Jetée, el mítico cortometraje dirigido sólo un año después por el escurridizo Chris Marker. Y no únicamente por compartir ese carácter de iconos de la modernidad en tanto experimentos que se apoyan en el uso de la foto congelada, sino porque ambas proponen una reflexión acerca de la resurreccionista memoria y la naturaleza fragmentaria de los recuerdos –reales, falsos o deformados–. En ese sentido, asimismo se podría pensar en un Alain Resnais (Hiroshima, Mon Amour, El Año Pasado en Marienbad) más realista. En cuanto a la idea argumental, pudiera recordar a la italiana Kapo (1960), de Gillo Pontecorvo, e incluso a la seminal, también polaca, La Última Etapa (1948), de Wanda Jakubowska.
Inspirada en la novela homónima de Zofia Posmysz-Piasecka, La Pasajera comienza en mitad de un crucero lujoso que una voz diegética define como «una isla en el tiempo donde el pasado y el futuro apenas existen, sólo el presente». En el transatlántico viaja Liza (Aleksandra Slaska), una guardiana nazi años atrás en el campo de Auschwitz, quien cree reconocer el rostro de Marta (Anna Ciepielewska), una de sus antiguas prisioneras judías a la que creía muerta. Esa súbita aparición, o esa súbita ilusión de la mirada (nunca sabremos si la pasajera es Marta o alguien que se le parece), es el mecanismo que activa la memoria de Liza, que revive la compleja y perversa relación de afectividad tormentosa (debilidad lésbica, obsesión insatisfecha) y de sometimiento y resistencia callada con la prisionera, porque «cuando sabes lo que es importante para otro y tienes la facultad de dárselo o quitárselo, te conviertes en su amo».
La película propone, lúcidamente, una reflexión crítica sobre el holocausto nazi y los campos de concentración diferente al resto de filmes de esa temática, la mayoría de afán conmovedor y afectados por mecanismos narrativos o dramáticos asimilados y considerados efectivos. La Pasajera se construye como un viaje mental abrupto hacia un lejano oculto que se narra en dos tiempos distintos y donde el pasado condiciona e interacciona sobre el presente. Munk explora la psique traumática del verdugo, las desiguales relaciones que se establecen entre opresor y oprimido y la intranquila autojustificación ante la culpa que no se calla. Según el director, su intención era mostrar que el hombre no puede huir de su pasado, que no puede olvidar su comportamiento inmoral dado que la conciencia es un «algo» trascendente que está ahí para no permitirlo.
Críptica y perfecta, La Pasajera destaca por el lirismo con que se mueven las imágenes y por la fría y bressoniana austeridad de las escenas, donde todo se sugiere a base de miradas y gestos, con el poso de ambigüedad que ello conlleva. Munk prescinde durante gran parte de su metraje de diálogos entre los personajes y apoya el drama en los actores y su expresividad (la elección de las dos actrices principales fue un absoluto acierto). La redondez general de la película se completa con la fotografía en blanco y negro, cruda pero elegante, de Krzysztof Winiewicz. En definitiva, el filme más prestigioso de los incompletos es cine europeo ineludible por su solidez ética y formal, tan sobresaliente como fuera de lo común. Pasazerca.