MASACRE: VEN Y MIRA


Idi i Smotri 

URSS, 1985. 142 min. C

Dirección: ELEM KLIMOV. Guión: Elem Klimov, Ales Adamovich. Música: Oleg Yanchenko. Fotografía: Aleksei Rodionov. Intérpretes: Alexei Kravchenko, Olga Mironova, Liubomiras Laucevicius, Vladas Bagdonas, Victor Lorents.


(7) Y cuando él abrió el cuarto sello, oí la voz del cuarto ser viviente que decía: ¡Ven a ver! Ven y mira. (8) Y miré, y he aquí un caballo pálido; y el que lo montaba tenía por nombre Muerte, y el infierno lo seguía. Y les fue dado poder sobre la cuarta parte de la tierra, para matar con espada, con hambre, con muerte, y con las bestias de la tierra.

(El Apocalipsis de San Juan, C. 6, V. 7-8. Nuevo Testamento)


Año 1943, Segunda Guerra Mundial. Bielorrusia está ocupada por el ejército nazi. En una zona cercana a la frontera con Polonia, Flyora Gaishun, un preadolescente campesino de trece años, busca un fusil abandonado en el campo de batalla para unirse al movimiento de resistencia soviética. Al día siguiente, oficiales partisanos llegan a su casa para reclutarlo, pese a la oposición de su sufrida madre. Flyora se convierte en un miliciano de rango bajo a las órdenes del despiadado Kosach. Pronto pierde a sus familiares y comienza a darse cuenta de que la guerra no es un juego de niños. Sin embargo, a Flyora aún le queda por presenciar el aniquilamiento de todos los habitantes de la aldea Perejodi a manos de los alemanes y sus colaboradores locales, siendo testigo de lo más terrible de la guerra: cómo ésta degenera al ser humano y lo convierte en un monstruo para consigo mismo, haciendo buena la locución «el hombre es un lobo para el hombre» creada por Plauto (254-184 a.C.) o el postulado de Sartre sobre el niño de La Infancia de Iván, con el que Flyora guarda muchas semejanzas.



¿En qué puede convertirse una persona cuando cruza el umbral de la moral y la ética? ¿Qué es capaz de soportar ante una situación límite y de extrema dureza emocional? A esas preguntas responde Masacre: Ven y Mira. El título, que inicialmente iba a ser Matar a Hitler (censurado), está extraído del Capítulo 6 del Libro del Apocalipsis de San Juan, donde en varios versículos está escrito «Ven y mira» como invitación a mirar la destrucción causada por los Cuatro Jinetes del Apocalipsis. «Los nazis quemaron hasta los cimientos 628 pueblos de Bielorrusia, con todos y cada uno de sus habitantes», concluye el filme. Rara vez una película ha mostrado el horror de la guerra de una forma tan realista (se llegó a utilizar munición verdadera), directa y dando una respuesta tan devastadora sobre la condición humana.

Idi i Smotri  (título original que se traduce literalmente «ven y mira», sin el aditivo comercial «masacre» para España) está narrada desde la óptica de Flyora Gaishun, algo que, unido a la destreza en el empleo de los recursos técnicos y audiovisuales por parte de Klimov, hace que el grado de implicación del espectador se eleve hasta límites insospechados y hasta incómodos. El director, buscando llegar a los acontecimientos más allá de la comprensión (ante la sinrazón de la barbarie), te embota los sentidos y te obliga a mirar hasta dejarte en estado de shock, del mismo modo que la Muerte a Flyora, a quien deja vivir a cambio de que sus ojos contemplen el genocidio fascista en Bielorrusia.



Pese a ser una película encargada por el gobierno soviético para conmemorar el 40º aniversario de la victoria aliada en la Segunda Guerra Mundial, Masacre: Ven y Mira no es un filme propagandístico (como sí lo fueron muchos de Eisenstein o Pudovkin), ni en él encontramos gestas bélicas, sacrificios heroicos o discursos patrióticos que exhorten a luchar contra el enemigo (como en el cine edulcorado de Hollywood). En la película de Klimov sólo hay barro, frío, excrementos, muerte, brutalidad y víctimas, y el descenso a los infiernos y el progresivo estado de endurecimiento de un muchacho que se topa, una vez tras otra, con escenarios dantescos e inconcebibles para un alma todavía no del todo corrompida, incapaz ya de determinar si lo que ve y siente es real o forma parte de su peor pesadilla.

Como antes el danés Carl Th. Dreyer en La Pasión de Juana de Arco, Elem Klimov compone una sinfonía de primeros planos de rostros intensos y plenos de dramatismo, aquí descarnados y sin cariz poético alguno y con los actores mirando a la cámara y transmitiendo con la expresión miedo, angustia, rabia, dolor y venganza. Hay pocas imágenes tan indelebles y espeluznantes como la cara de Flyora Gaishun (imponente Alexei Kravchenko), al principio infantil y con los ojos brillantes de entusiasmo y al final envejecida y desencajada ante el sufrimiento que muta en odio y locura insana.



De avance pausado y casi sin posibilidad de relato por la inexorable presencia de la guerra, que todo lo rompe, la película de Elem Klimov (esposo de Larisa Shepitko, directora de La Ascención, otra joya soviética de misma temática) se concentra en el poderío visual de las imágenes, algo que tiene en común con el cine de Herzog y Tarkovsky (con éste, asimismo, la inevitable comparación con La Infancia de Iván), autores con quienes comparte el naturalismo crudo de la fotografía, el uso simbólico o trascendental de la Naturaleza (bosques frondosos, paisajes áridos) y las condiciones climáticas (lluvia, niebla espesa) y la inclinación por los elementos telúricos (fuego, tierra, agua, humo, polvo).

La partitura de Oleg Yanchenko, omnipresente y rítmicamente amorfa, al estilo de Eduard Artemyev, el aislamiento de sonidos diegéticos y la amalgama de ruidos ambientales (zumbido de moscas y aviones, estruendos de maquinaria bélica, ecos vacíos que duplican la sordera tras las explosiones, griterío y sollozos, burlas bastardas) contribuyen a representar el trauma y potenciar la sensación de aturdimiento y alucinación general. A lo largo del filme suenan insertos de discursos de Hitler, la canción de marcha soviética «The Sacred War», «El Danubio azul» de Johann Strauss Jr., «La obertura de Tannhäuser» y «La cabalgata de las Valquirias» de Wagner y, al final, el Réquiem «Lacrimosa» de Mozart.



Masacre: Ven y Mira, más allá de los monumentos en torno a la Gran Guerra Patria, como fue denominada la Segunda Guerra Mundial en la Unión Soviética, rehúye la guerra como espectáculo y apela a la memoria colectiva con el objetivo de que el malestar e impacto emocional que pueda causar su visionado (y no por la sangre o violencia explícita, sino por simple humanidad) ayude a que aquéllos hechos no caigan en el olvido. Esto es un duro y radical alegato que muestra la destrucción exterior y el caos interior, el infierno de la guerra y sus irreparables consecuencias, sin vendas en los ojos ni posibilidad de redención. Sin lugar a dudas, una de las grandes películas del cine soviético de los ochenta.


«Entendí que sería una película muy brutal y, probablemente, la gente no sería capaz de verla», confesaba Elem Klimov (nacido en Stalingrado y que de niño, en 1942, tuvo que cruzar el Volga en llamas). «Pero el coautor del guión, el escritor Ales Adamovich (que luchó con la milicia bielorrusa cuando era adolescente) me replicó: ‘Pues que no la vean. Esto es algo que debemos dejar como legado, como evidencia de la guerra y como un alegato en favor de la paz'»