RABIA


Rabid

Canadá, 1977. 90 min. C

Director: DAVID CRONENBERG. Guion: David Cronenberg. Música: Ivan Reitman. Fotografía: René Verzier. Intérpretes: Marilyn Chambers, Frank Moore, Joe Silver, Susan Roman, Howard Ryshpan, Patricia Gage.


«Te encuentras en una situación que normalmente podrías considerar patológica, pero ahora estás en ella, es tu nueva realidad: vas justo a sucumbir, aceptarlo sin protestar y morir, o vas a intentar, como tienden los humanos, abarcarlo con tu mente y sentir algo positivo»

 David Cronenberg


Rose es una joven que sufre un grave accidente de moto y es internada en la Clínica Keloid, un centro especializado en cirugía plástica donde es sometida a un novedoso tratamiento para regenerar su piel (precisamente, la palabra inglesa «keloid», que significa «queloide», define un tipo de lesión cutánea con malformación o crecimiento anómalo de tejidos). Sin embargo, a partir de ese momento, Rose comienza a sufrir extraños efectos secundarios que la convierten en un ser sediento de sangre humana capaz de, gracias a un apéndice fálico que emerge de una de sus axilas, penetrar el cuerpo de sus víctimas y transmitirles una forma de rabia homicida, muy contagiosa y mortal. La incontrolable epidemia, poco a poco, se expande por Montreal, hasta que al final reina el caos y debe declararse el estado de sitio. El emblemático epílogo de la película, en el que vemos a unos operarios futuristas que recogen de entre la basura y la inmundicia el cadáver con los ojos abiertos de Rose, es sencillamente devastador.



Cronenberg nos recuerda que el monstruo es el mismo sujeto, su propio cuerpo, que lo incuba y le da vida, como también le pasa a Nola Carveth en Cromosoma 3. Es la metamorfosis vista como un (virulento) cambio de naturaleza, como el (doloroso) trascender a un estado (físico y espiritual) diferente, a una especie de raza superior (Cromosoma 3, Videodrome, La Mosca). La desdichada Rose, portadora del virus pero no infectada por él, conecta con un nuevo modelo de vampirismo posmoderno: uno nacido del quirófano y el asfalto. Ella es una ogresa neo-carnal que, ignorante de su adicción, actúa por instinto animal y necesidad fisiológica, en lucha permanente contra su cuerpo pero esclava de su nueva morfología y fuerte apetito sexual y por la sangre.

Otra vez la (nueva) enfermedad, la omnisexualidad o nuevas formas de sexualidad y el cuerpo humano ultrajado. Otra vez la pulsión de la carne femenina (Anabel, Rose, Nola, Claire), escenario de lo abyecto y lo desconocido y mejor adaptable a las transformaciones y cambios, que actúa como elemento desencadenante de la dislocación del orden social, en Rabia inducido por la intervención de la medicina/tecnología. Como dice Cronenberg: «El desorden nace de una pequeña experiencia científica privada. En el momento en que se insinúa al exterior del cuerpo y en que se da a conocer, la sociedad se vuelve contra ella e intenta detenerla».



El cuarto filme de Cronenberg al margen de varios cortometrajes y proyectos televisivos, que inicialmente iba a titularse Mosquito, es una prolongación de Vinieron de dentro de…, donde unos parásitos asquerosos se introducían en los cuerpos y liberaban a las mentes de todo prejuicio sexual. Realizada en 1977, Rabia se construye como una tragedia médico-terrorífica con aguijón succionador e infección fatal mediante la que su autor se anticipa, en cierta forma, al descubrimiento del virus causante del sida, que igualmente se contagia a través de la sangre y el contacto sexual. Uno de los mayores méritos del Cronenberg biológico fue lograr que su discurso fantástico sobre el cuerpo humano aquí en su vena más purulenta, gracias a los fascinantes aportes científicos y psicosociales que introduce, resulte verosímil e inquietantemente revolucionario.

En el aspecto visual, Rabia destaca por la fotografía fría y de iluminación tenue de René Verzier, la cual muestra una Montreal nocturna y de cielos grises y hecha de grandes edificios impersonales y espacios progresivamente sórdidos y despoblados que no hacen sino acentuar el clima pre-apocalíptico y de aislamiento social. El ritmo lento y sofocante y la música apagada de Ivan Reitman contribuyen a teñir la película de pesimismo y desesperanza. Para el papel de Rose, Cronenberg pensó en Sissy Spacek, pero el estudio vetó su elección por su acento (meses después rodaría Carrie, cuyo cartel de estreno aparece, casualmente o no, en un momento del filme). Finalmente fue interpretado, con gran acierto, por Marilyn Chambers, una actriz especializada en cine porno.



Rabid, del incipiente canadiense, es cine de autor subversivo y visceral, como marcan los cánones. Puro terror corporal de bajo presupuesto, alejado del refinamiento de alguna de sus películas posteriores. Rabid. Un exponente ineludible de la Nueva Carne venérea. Realizada en los años setenta, seis años antes de la obra definitiva: Videodrome.