REGRESO, EL


Vozvrashchenie

Rusia, 2003. 105 min. C

Director: ANDREI ZVYAGINTSEV. Guión: Vladimir Moiseenko, Alexandre NovototskyMúsica: Andrey Dergatchev. Fotografía: Mikhail Kritchman. Intérpretes: Vladimir Garin, Ivan Dobronravov, Konstantin Lavronenko, Natalia Vdovina, Galina Popova, Aleksey Suknovalov, Lazar Dubovik, Elizaveta Aleksandrova.


«Si no fueras así, te querría»

Iván, a su padre


El ruso Andréi Zviáguintsev (Novosibirsk, 1964) es uno de los directores, de los considerados metafísicos o espirituales, más demoledores del siglo XXI. La ópera prima de Zviáguintsev, premiada con el León de Oro de Venecia en el año 2003, es su mejor película y un oasis en el desierto cinematográfico actual, muchas veces más ocupado en distraer a los espectadores con intrascendentes espectáculos pirotécnicos que en mostrar verdadero talento artístico.

Vozvrashchenie es una pieza dura como el mármol, hermética y de aire místico que, aunque enmarcada dentro del cine realista y más contemporáneo, bebe de Tarkovsky y, en menor medida, de Sokurov. Y es que Andréi Zviáguintsev, como Nuri Bilge Ceylan, es uno de esos cineastas nuevos capaces de esculpir, con rica simbología, paisajes morales y anímicos de devastadora profundidad.



A modo de road movie trascendental, la película narra la historia de dos hermanos casi adolescentes, Iván (Ivan Drobonravov) y Andréi (Vladimir Garin), los cuales sufren un brusco cambio en sus vidas cuando su desconocido Padre (Konstantin Lavronenko) regresa a casa después de doce años. Junto a él, ambos emprenderán un viaje (estructurado en seis días) a través de Siberia hacia una remota y solitaria isla, una especie de Zona stalkeriana.

Con este exiguo argumento, el autor ruso construye toda una reflexión acerca de la paternidad irresponsable, vista como destino y suplicio. Los Hijos odian y admiran a su Padre, quien se muestra callado, severo e instrumentador. Mientras Iván está dolido por su ausencia y lo desafía con rabia, su hermano Andréi es más sumiso y confía en él. Fatalidades de la vida, el pequeño actor Vladimir (Andréi) moriría ahogado, poco después de estrenarse la película, en uno de los mismos lagos donde se grabaron algunas secuencias.



¿Por qué se fue el padre? ¿Por qué regresa? ¿Qué es lo que busca en el viaje? El filme, un enigma en sí mismo, no responde explícitamente a muchos interrogantes. Seguramente no importa. Lo que Zviáguintsev propone es un viaje físico-mental lleno de sensaciones, miedos y esperanzas, un itinerario de aprendizaje doloroso –pero necesario– hacia la transformación vital de unos niños que regresarán a casa siendo otros.

Si bien El Regreso trata, sobre todo, las relaciones paterno-filiales y el ingreso en la edad adulta, también puede mirarse desde el plano alegórico: como una metáfora sobre Rusia, un país sin padre después de la caída del comunismo y la desintegración de la Unión Soviética, o como una metáfora religiosa, encontrándose en la figura del Padre –en su primera primera aparición emulando la pintura Lamentación sobre Cristo Muerto, de Andrea Mantegna– una semblanza de Jesús.



Como en Tarkovsy, la Naturaleza, omnipresente, adquiere gran relevancia. Así, el frío y bello paisaje del norte de Rusia y las condiciones atmosféricas actúan como metonimia estético-visual de la psique de los protagonistas, lo que la conecta, en este sentido, con películas tan dispares como Dersu Uzala (ambientada en la estepa siberiana), El Cuchillo en el Agua (en los lagos polacos de Mazuria), Madre e Hijo (un campo ruso), La Eternidad y un Día (los Balcanes griegos), La Isla (un lago surcoreano) o algunas de Antonioni.

Prodigiosa en sus aspectos técnicos y plásticos, dotada de quietud y elegancia, en ella se percibe el orden y el minimalismo. La película remite a Dreyer en cuanto a la pulcritud de los movimientos de cámara y encuadres, especialmente en las escenas interiores. La muy compleja iluminación y fotografía de Mikhail Krichman son memorables. Ésta, acuosa y en tonos ceniza, recoge influencias pictóricas del Romanticismo alemán (tragedia, paisaje) y presenta principalmente espacios abiertos (carretera, mar), no obstante cargados de claustrofobia y tensión latente a punto de estallar.



El Regreso, temprana obra maestra del nuevo milenio, ostenta un calibre artístico insólito para los tiempos que corren. Insondable en sus propósitos, su director la definió como «una mirada mitológica a la naturaleza humana».