M, EL VAMPIRO DE DÜSSELDORF
M
Alemania, 1931. 111 min. B/N
Dirección: FRITZ LANG. Guión: Fritz Lang, Thea von Harbou. Música: Edvard Grieg. Fotografía: Fritz Arno Wagner. Intérpretes: Peter Lorre, Otto Wernicke, Gustav Gründgens, Theo Lingen, Theodor Loos, Georg John, Ellen Widman, Inge Landgut.
«Muestro en mi cine la lucha de un individuo contra las circunstancias, el eterno problema de la Grecia antigua, del combate contra los dioses, del combate de Prometeo. En la actualidad, nosotros luchamos contra las leyes, contra los imperativos que no nos parecen ni justos ni buenos para nuestra época. Quizás serán necesarios de aquí treinta o cincuenta años, pero no lo son ahora»
Obra maestra del profético y subversivo Fritz Lang realizada en 1931, en pleno ascenso de Hitler al poder. Película primigenia del cine sonoro y germen remoto del subgénero psycho-killer. Pese a adscribirse temáticamente al cine de terror, su forma y enfoque recogen influencias del expresionismo alemán y es precursora del cine negro americano (oscuridad, humo, policías, hampones, intriga), del que Lang fue un maestro (La Mujer del Cuadro, Perversidad, Los Sobornados, Deseos Humanos). Vista como un alegato antinazi por el régimen emergente, M sólo fue censurada, sin embargo, en su título original, El Asesino está entre Nosotros, por razones obvias. «M» es la letra que le marcan en la espalda con tiza a Hans Becker (Peter Lorre), en alusión a Mörder, asesino en alemán (especie de antecedente de la estrella que pronto deberían llevar los judíos).
M, el Vampiro de Düsseldorf está inspirada en la historia real del asesino serial de Düsseldorf, el sádico Peter Kürten, un pedófilo que se dedicada a matar niñas y que fue perseguido durante mucho tiempo sin éxito tanto por la policía como por los ciudadanos, lo que provocó que la ciudad viviera bajo un clima de histeria continua. Kürten, quien confesó haber cometido setenta y nueve crímenes, ganó la fama de «vampiro» al afirmar en su juicio que había bebido la sangre de una de sus víctimas. Fue arrestado en 1930 y ejecutado en 1931 (mismo año de realización del filme). Sus últimas palabras, casi coincidentes con el estreno, fueron: «Dígame, cuando me hayan decapitado ¿podré oír siquiera un momento el ruido de mi propia sangre saliendo del cuello? [silencio] Sería el mayor placer para terminar todos mis placeres».
Lang, tras un inicio genial en el que muestra un asesinato de forma tan sencilla y sugerida como escalofriante, sólo con la imagen de una pelota abandonada y un globo enganchado en los cables eléctricos, se zambulle de pleno en la investigación criminal, haciendo una exposición pormenorizada de análisis y técnicas policiales, algo que resulta tremendamente moderno, incluso, en el cine actual. La parte final es el clímax de la película, con el juicio a Becker, quien es condenado a muerte sin posibilidad de defensa por un juzgado formado por delincuentes y malhechores. Ahí es donde el autor expone la motivación del trágico asesino, que en un desgarrador monólogo confiesa que es presa de un trastorno mental irrefrenable, a la vez que obliga a sus captores a buscar en su interior la semilla de la maldad y suplica ser entregado a la verdadera justicia.
Fiel a su corpus fílmico, el director contrapone psicología individual y justicia (injusticia) social, reflexiona sobre la responsabilidad y culpabilidad y enseña cómo la microsociedad (policía, crimen organizado, medios de comunicación, ciudadanía) reacciona ante un peligro desconocido que perturba la cotidianidad: miedo, paranoia, control y represión. M, como inducida por el estado de decadencia y asfixia de la Alemania del momento, hace una sutil crítica de la situación sociopolítica que se estaba gestando y parece decirnos que el culpable de la monstruosidad no es la mente enferma, que no puede reprimir su instinto asesino, sino la obtusa que la cobija y la hace crecer hasta que es demasiado tarde. El director de Metrópolis ya intuía lo que poco después iba a suceder en su país, cuando el partido nazi se convirtió en la primera fuerza política al obtener casi catorce millones de votos.
Fritz Lang, ayudado por todo un referente del cine expresionista alemán, el director de fotografía Fritz Arno Wagner (Nosferatu), subraya una atmósfera taciturna y patológicamente convincente en un entorno de pesadilla. El director crea el suspense a través de la imagen (planos opresivos, picados y contrapicados, juegos de luces y sombras), el sonido (pasos en la calle, silbidos, gritos, susurros) y el silencio dramático, recurso que aprovecha del cine mudo. Pese a lo insano y diabólico del relato, Lang insinúa pero no muestra. No necesita exhibir sangre ni crudeza para retratar la maldad humana. Vigorosa y con estilo, M, el Vampiro de Düsseldorf es un clásico atemporal que sigue horrorizando y estremeciendo casi noventa años después de su realización.
Mención aparte merece la sobrecogedora actuación del inquietante Peter Lorre como M (especialmente en el juicio final), posiblemente el mejor retrato de un psycho-killer de la historia del cine, cuya mirada oscila entre la perversión, el tormento y la cobardía. El actor venido del teatro, de origen judío, tuvo que huir de Alemania por miedo a los nazis poco después del estreno de la película. Fritz Lang lo hizo dos años más tarde, después de divorciarse de su esposa, Thea von Harbou, coescritora del guion y que, fatalidades del destino, acabaría uniéndose al partido de Hitler.
«¿Quién eres tú? ¿De qué me hablas? ¿Quiénes sois vosotros para juzgarme? Criminales, del primero al último. Pero yo, pobre de mí, ¿acaso puedo cambiar?
¿Acaso no tengo esta fatalidad dentro de mí? ¿Ese fuego, esa voz, ese suplicio?»
Hans Becker/Peter Lorre