CABEZA BORRADORA
Eraserhead
Estados Unidos, 1977. 90 min. B/N
Director: DAVID LYNCH. Guión: David Lynch. Música: Peter Ivers. Fotografía: Frederick Elmes. Intérpretes: Jack Nance, Charlotte Stewart, Allen Joseph, Jeanne Bates, Judith Anna Roberts, Darwin Joston, T. Max Graham.
«Resulta muy divertido crear estos mundos extraños y tener una experiencia.
Vivimos en un mundo que muchas veces es peor que cualquier cosa que podamos imaginar»
David Lynch
David Lynch abre las puertas del inconsciente para mostrar universos extraños, a veces aterradores y salvajes, pero siempre reveladores y fascinantes. Admirador de Tati, Bergman y Herzog, su amor por el surrealismo queda patente en su obra, cuya misteriosa atmósfera mezcla lo cotidiano con lo soñado. Tras varios cortometrajes experimentales sobre la corrupción del cuerpo humano (1966-1970), su debut-suicida fue Cabeza Borradora, su filme más alucinado y personal. Convertida en un clásico de culto, la película se rodó con solo cinco mil dólares y un equipo técnico de cuatro personas, iniciándose su rodaje en 1971 y no finalizando hasta cinco años después. Lynch la llama su «Historia de Philadelphia», refiriéndose al hecho de que con ella quiso reflejar los temores y la ansiedad que experimentó cuando vivió en dicha ciudad. Metáfora de la imposibilidad de ser feliz en un mundo miserable y llena de elementos desasosegantes, Cabeza Borradora se construye como una pesadilla posmoderna que parece extraída del subconsciente más recóndito y siniestro de la psique humana.
Neurótico y raro, con tupé vertical y andares de comediante patético, Henry Spencer (Jack Nance, aquí también productor) vive en un sórdido apartamento en medio de una deprimente jungla industrial habitada por seres autómatas y freaks cuyos cuerpos se retuercen entre abyección y charcos de petróleo, cables y tuberías. Después de cenar gallina-en-miniatura-que-patalea-y-defeca-sangre en casa de los padres de su novia Mary (Charlotte Stewart), Henry se entera que es padre de un bebé prematuro y deforme. Madre e hijo se instalan en la vivienda de Henry. Los padres novatos intentan querer a la indefensa criatura, cada vez más enferma y monstruosa, pero sus incesantes lloros y su piel resbalosa asquean al hombre. Fantaseando sobre una mujer rubia con mejillas de ardilla que canta en un escenario mientras pisotea cordones umbilicales, Henry imagina que su cabeza se desprende del cuerpo, es sustituida por la del bebé y llevada a una fábrica donde la convertirán en material para lápices borradores.
David Lynch parece plasmar el pánico del hombre (varón) ante la vida conyugal, el horror ante la (irreversible) paternidad indeseada y una obsesiva aversión por la reproducción y nutrición. En Cabeza Borradora la claustrofobia surge de lo cotidiano, el semen es escoria y lo corporal deviene pura nausea. Transmisora de fascinación y repugnancia al mismo tiempo y plagada de oscuros simbolismos y significados alegóricos, no cabe duda que en cierto sentido la película del director estadounidense entronca con la obra de visionarios de la Nueva Carne como Cronenberg y Barker, quienes centran el espanto y el verdadero horror en la grima hacia el propio cuerpo y no ya en las tinieblas o monstruos sobrenaturales.
La ópera prima de David Lynch, influenciada por el expresionismo alemán, el surrealismo de Jean Cocteau y Luis Buñuel y el cine fantástico de serie B norteamericano, se asemeja a un mal sueño, «un sueño de cosas tenebrosas y turbadoras» según sus propias palabras. De narración borgiana y a tajo de melodrama de realidades deformadas, mutaciones orgánicas y estética de proximidad punk, el director de El Hombre Elefante hurga en todo aquello que es absurdo, grotesco, enfermizo y repulsivo. A este cometido contribuye decisivamente la excepcional fotografía en blanco y negro de Frederick Elmes y la original banda sonora industrial y de zumbidos eléctricos de Peter Ivers. Cabeza Borradora ha sido comparada con la puesta en escena de El Gabinete del Doctor Caligari (1920), el futurismo urbano de Metrópolis (1926) y el paisaje onírico de Un Perro Andaluz (1929).
Gracias a su fuerte personalidad y a pesar de las múltiples referencias, o precisamente por la combinación de ambos factores, Eraserhead se erige en una obra maestra subterránea y única que, transcurridos ya más de cuarenta años desde su realización, está condenada a no tener descendencia. Es un cuento de anormalidad bizarro y con trazos de legítima ironía y sarcasmo, una inquietante oda a la fealdad que agrede los ojos y la mente y nos hace descender a nuestros miedos más hondos. Poesía oscura. Es romántica y depresiva.
«En el cielo todo es maravilloso, en el cielo todo es maravilloso. Tú conseguiste lo que querías y lo que quiero yo»
Fragmento de la canción interpretada por Judith A. Roberts, en Cabeza Borradora