MISS MUERTE


Miss Muerte

España, Francia, 1966. 86 min. B/N

Director: JESÚS FRANCO. Guión: Jesús Franco, Jean-Claude Carrière. Música: Daniel White. Fotografía: Alejandro Ulloa. Intérpretes: Antonio Jiménez Escribano, Guy Mairesse, Howard Vernon, Mabel Karr, Fernando Montes, Estella Blain, Ana Castor, Daniel White.


«Puede que sea un mal director de cine, pero no soy un gilipollas»

(Jesús Franco)


Hubo un tiempo, allá por los años sesenta, en que Jesús Franco Manera (Madrid, 1930-Málaga, 2013), también conocido como Jess Franco y con más de cincuenta pseudónimos utilizados a lo largo de su carrera, hacía grandes películas (La Mano de un Hombre Muerto, Gritos en la Noche, Miss Muerte, El Secreto del Dr. Orloff), un pulso que perdió en el maremagno del celuloide casposo y en pretensiones cada vez más automarginales y de pura anarquía sensorial y narrativa. Jesús Franco, un hombre-para-todo, auténtico outsider de la financiación y cimiento indiscutible del fantaterror patrio junto a Paul Naschy/Jacinto Molina, Narciso Ibáñez Serrador, el templario Amando de Ossorio y León Klimovsky, entre otros, ha llegado a realizar una ingente cantidad de filmes que casi alcanza los doscientos. Actualmente, con el paso de los años, su figura ha adquirido status de culto.



Miss Muerte es el largometraje nº 13 del prolífico director y una de las películas más apreciadas y mejor construidas de su irregular filmografía. Coproducida por España y Francia de la mano de Serge Silberman y escrita por uno de los máximos exponentes del surrealismo francés, Jean-Claude Carrière (ambos habituales colaboradores de Luis Buñuel; el primero también de Jean-Pierre Melville y Akira Kurosawa), Miss Muerte fue descrita por Jesús Franco como «terror neogótico» y ya aglutinaba las particulares filias y obsesiones del autor: seducción y muerte, sumisión y dominio, fetichismo malsano y gusto por lo siniestro. El filme, que tan pronto parece remitir al cine de monstruos de la Universal como de la Hammer, es una mezcla imposible de géneros y tendencias que navega entre el melodrama de horror y la ciencia ficción pulposa con elementos góticos y alusiones erótico-lésbicas (tan frecuentes posteriormente en la obra del tío Jess).

La película igualmente recoge influencias de la Serie B estadounidense (Edgar G. Ulmer, Jacques Tourneur) y del cine de autor más netamente europeo, incluyendo incluso una cita textual a Un Condenado a Muerte se ha Escapado, de Robert Bresson. Miss Muerte se provee de una puesta en escena delirante, una narrativa a veces de tebeo, a veces ensoñada, y es ágil, directa y está hecha sin apenas concesiones. El conjunto se completa con la excepcional fotografía en blanco y negro de carácter expresionista de Alejandro Ulloa, que refleja un esforzado trabajo de planificación e iluminación, y la música del compositor escocés Daniel White, en ocasiones de apuntes jazzísticos (a Franco le apasionaba el jazz). Con todo, y hasta por ecléctica, Miss Muerte guarda, no obstante, una sugerente personalidad propia.


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Jesús Franco retoma el argumentario de la fundacional Gritos en la Noche (The Awful Dr. Orlof o L’horrible Dr. Orloff ), dirigida por él mismo cuatro años antes y que ya reunía no pocos elementos de Ojos sin Rostro (Georges Franju, 1960), si bien sustituyendo ahora, en un toque genial, el mad doctor por una mad doctress e introduciendo laboratorios de diseño, máquinas pre-cronenbergianas que controlan la mente a través de agujas y femme fatales que matan con sus largas uñas cargadas de veneno. Ambientada en un país centroeuropeo indeterminado, Miss Muerte relata la historia de Irma, que tras la muerte de su padre, el Dr. Zimmer, decide continuar con sus bizarros experimentos acerca de la fisiología del bien y del mal y de un sistema para dominar la mente humana, a la vez que vengarse de los colegas científicos que despreciaron, previamente, sus investigaciones en un congreso de neurocirugía. Para ello se sirve de una artista de cabaret conocida como Miss Muerte (Nadia), convertida por Irma en una criatura programada para la venganza, encargada de seducir y asesinar a los científicos.

De mirada eminentemente femenina, –al margen de la figura del Dr. Zimmer, de breve aparición a cargo de Antonio Jiménez Escribano, en silla de ruedas y ataviado con sus gafas negras integrales–, el filme destaca por la acertada elección de las dos actrices protagonistas, las cuales destacan por su elegancia natural y el morbo que saben transmitir.  Por un lado, la actriz rubia y argentina Mabel Karr, mujer de Fernando Rey, que encarna a la pérfida científica Irma Zimmer, necesitada de injertos de piel para reconstruir su desfigurado rostro a consecuencia de un accidente. Fue Ana Castor, sin embargo, quien empezó a rodar a la doctora y abandonó a mitad del rodaje por negarse, precisamente, a aparecer durante media película con la cara quemada («ella quería salir maravillosa siempre», dijo Jesús Franco). Por otro lado, la actriz y cantante francesa Estella Blain (fallecida por suicidio en 1981), interpretando a la atractiva bailarina señorita Muerte, cuyo macabro baile de seducción, con una malla ajustada de motivos arácnidos, ante un maniquí-hombre-objeto es la escena más recordada de la cinta.


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Miss Muerte, de maravilloso título y conocida internacionalmente como The Diabolical Dr. Z (respondiendo a la inicial del apellido del Dr. Von Zimmer y de su invento el rayo Z), es una joya escondida de Jess Franco por su inusitada maestría técnica y plástica y por su fascinante poder de sugestión. La película la realizó al no poder llevar a cabo otro proyecto, Al Otro Lado del Espejo, censurado por su alto contenido erótico (censura a la que tampoco escapó Miss Muerte). Junto a Gritos en la Noche, con los caligarianos Dr. Orloff y Morpho, es la cumbre de su época «clásica» (la mejor de su carrera), la realizada en blanco y negro antes de su período psicodélico y casposo. Miss Muerte. Una referencia ineludible del spanish bizarre y una de las reliquias más tempranas del fantaterror, un subgénero netamente ibérico pero de look internacional que terminó por eclosionar a principios de la ya lejana década de los setenta, con cientos de títulos que coparon la cartelera española ante la apetencia del público, acostumbrado a las típicas comedias casposas de la época.